Capítulo 15.

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Cuando, el viernes, Alex salió de allí lo hizo con mucho miedo, pero cuando llegó a casa lo olvidó durante un buen rato. Allí estaban todos sus amigos y varias personas de su familia esperándole.

No era una fiesta de bienvenida, sino una especie de fiesta en la que intentaban demostrar que estaban con él y que estarían con él apoyándole y queriéndole siempre.

Alex bendijo su suerte una vez más.

Se pasó muy rápido, todos le preguntaron qué tal estaba, pero nadie mencionó su herida. Como sus padres le prometieron nadie sabía las palabras que ponía. Todos pensaban que había sido un pequeño accidente, incluso sus padres. Pero se equivocaban.

Como ya podía hacer vida normal, o al menos es lo que dijo el médico, decidió quedarse en casa todo el sábado. Sin ninguna visita, lo cual fue una sorpresa y realmente lo agradeció. No le apetecía ver a nadie.

Por la noche se puso el despertador a las siete de la mañana para que pudiera estar el máximo tiempo posible con sus amigos, todo el que necesitaba para explicarles todo. También tenía mucho miedo, porque… Si sus amigos ya pensaban que no iba a ir, no irían a la puerta y… ¿Tendría que pedir permiso a los curas para verles? No lo sabía.

Lo que más miedo le daba era que Sara no se presentara, y probablemente no lo haría. Tenía que asumirlo.

Para cuando el despertador sonó Alex ya llevaba un rato despierto. Estaba muy nervioso, lo que ayer era miedo hoy era nerviosismo puro y duro.

Fue al baño a ducharse, se cambió, se peinó y cuando todo en él le pareció que estaba bien, fue cuando salió de su habitación para ir a la cocina. Desayunó zumo de naranja, café y galletas. Estaba solo en la cocina porque sus padres como no habían ido a trabajar durante los días que él había estado mal, ahora tendrían que recuperar el tiempo trabajando durante los fines de semana.

Cuando acabó de desayunar fue otra vez a su habitación a ponerse sus playeras y a coger los cascos y el móvil. Una vez estuvo listo, no sin mirarse antes otra vez al espejo, salió de casa a paso ligero para no perder el bus que llegaba en cinco minutos. Tenía el tiempo justo.

Cuando llegó a la parada estaba jadeando, había corrido como si la vida le fuera en ello, ya que iba algo tarde y gracias a Dios, justo en aquel momento llegó el bus y se subió. Pagó el viaje y se sentó en la última fila, aquel día iba solo.

 Ayudándose del móvil intentó ver si seguía como había salido de casa. Aunque simplemente se peinó un poco, porque por todo lo demás estaba igual que antes.

Cuando llegaron al “pueblo de la carta” como lo llamaba Alex se bajó del bus, que misteriosamente seguía vacío. Anduvo a paso ligero por las calles de aquel pueblo hasta llegar a la carretera, si así se le podía llamar, por la que se llegaba al orfanato. 

Faltaban unos cinco minutos para llegar al orfanato cuando le empezó a doler mucho el tobillo. Casi no podía andar, era verdad todavía tendría que seguir en reposo varios días. Su tobillo se había curado mal y ahora le daban pinchazos cada vez que daba un paso. Era horrible.

Cuando por fin pudo ver el edificio negro del orfanato estaba rojo y exhausto del esfuerzo que había hecho yendo a la pata coja. El dolor era casi insoportable, y todavía quedaba el camino de vuelta.

Tocó la puerta, que estaba cerrada a cal y canto, y esperó. Tardaron cinco minutos en abrirle y cuando lo hicieron fue una de las señoras que se encargaba de la limpieza.

—¿Le pudo ayudar en algo señorito?

—Eh… Sí. ¿Dónde están todos los demás? —le preguntó Alex curioso al no oír ningún ruido dentro.

Sueña conmigo, por favor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora