CAPÍTULO 7

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|Capítulo 7| El comienzo De La Duda

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Su belleza física se esfumó ante mis ojos, no quedó ni el más mínimo porcentaje de perfección en él, ante mí. Todo lo que alguna vez sentí de niña, había quedado aún más enterrado en el pasado. Ya no me interesó que fuese alguien intocable, por mucho que sea el único heredero legítimo de su familia; el más preciado de los Lindemberg.

Mi mano había actuado en contra de su mejilla izquierda. El eco del golpe resonó en toda la nefasta habitación. El cosquilleo en mi palma no demoró en recorrer todo mi brazo, mientras su cabeza seguía volteada de costado.

La estupefacción destellaba en todo su rostro y cuerpo. El rojo comenzó a pintar su mejilla, evidenciando la bofetada que acababa de recibir. No me sentí culpable, mucho menos mal. La ira seguía en mí, y la humillación aún más.

—Ahora, ¿me compadeces? —pregunté. La burla maligna había invadido mi voz.

Sus dientes rechinaron, mientras su mandíbula se endurecía y sus ojos se movieron segundos antes de mover la cabeza a la posición recta de su postura. La oscuridad lo consumió, me miró con amenaza e increíble furia. Cualquiera que apreciara su vida, habría bajado la cabeza y apartado los ojos, suplicando entre sollozos por su perdón. Sin embargo, la oscuridad en mí, lo enfrentó.

Mis instintos suicidas no me abandonaron cuando me acerque más a él.

La altura sería su ventaja, mas yo podría combatir sus dos metros con mi uno ochenta y tres. Su fuerza también sería una gran ventaja, pero, mi cuerpo deportista sabía defenderse muy bien. Y, quizás su personalidad sea la más grande ventaja, sin embargo, yo también aprendí a afilar las palabras, hasta convertirlas en dagas cubiertas de veneno.

Por supuesto, no se quedó atrás y también avanzó, haciendo más evidente la diferencia de altura. No me intimidó su enorme cuerpo cubierto de músculos, y mucho menos su mirada primitiva.

Nuestros alientos chocaron, se golpearon furiosos. El abrupto aire que entraba por la ventana, azotó con rudeza mi cabello y al suyo también lo movió. Dio otro paso, casi juntando nuestros cuerpos que emanaban fuego asesino. Nuestras narices estaban a menos de un centímetro de rozarse, aumentando la lucha entre nuestras fuertes respiraciones.

Hacía falta un sólo toque, y así, la batalla comenzaría sin piedad. Estaba lista, más valiente que nunca antes. Derrotaría al único hombre que se había atrevido a compadecerme...

(...)

Lo abofeteó, ¡lo había abofeteado!. Él nunca había sido abofeteado, nunca en su vida alguien se atrevió a tocar su rostro y mucho menos lastimarlo. No existía persona que haya cometido semejante equivocación, hasta esa noche. Y tenía que ser ella, la misma que le provocó una horrible caída y la que casi hace que una silla con cristales se estrellara sobre él.

Y lo retó, lo enfrentó sin la más mínima culpa por la bofetada. No sabía en lo que se metía, no tenía ni idea de lo peligroso que era cuando lo retaban y, sobre todo, cuando, acababa de ser abofeteado. Ella misma se estaba buscando la inminente derrota y el resentimiento, de nada más y nada menos que, Austin Lindemberg.

Verla tan decidida y temeraria, le enfureció más. Era la primera que no se encorvaba con su sola mirada; pasó todo lo contrario, ella también lo miró con la idéntica amenaza asesina. ¡Fue la primera en acercársele desafiante!. Y eso, fue como recibir una inyección de solemne adrenalina.

CAPÍTULO COMPLETO EN LA APLICACIÓN: DREAME

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