CAPÍTULO 22

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|Capítulo 22| Una Segunda Vida

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Recordaba el deseo de correr y seguir corriendo, podía recordar a mi corazón agitado y un miedo agudo que paralizaba mi cuerpo emitiendo un frio sudor punzante que afectaba mi respiración. Era una mezcla de emociones que me consumían a un extremo de anhelar desesperadamente la muerte. Todo en mí era oscuro, y a diferencia de la noche, yo no tenía una luna.

La información de lo que viví en Dravrah fue chocante. Ally y Faby me contaron lo que yo les conté de aquella única semana que duré cerca de Axel. El doctor Clifford aseguró que había sufrido de Amnesia Disociativa debido al gran choque emocional que fue mi experiencia en Dravrah.

Encontré una cicatriz de cuatro centímetros en el talón de mi pie derecho, lo que significaba una prueba más de que Dravrah había sido una autentica mierda. Faby me aseguró que en mi cuerpo encontró hematomas que, por supuesto, fueron evidencia de alguna caída o pelea de la cual ellas no estaban enteradas. Los casi dos meses que estuve disociada de toda realidad, fueron cruciales para que los hematomas desaparecieran por completo de mi cuerpo. Y justo por ello, no los vi.

Me detuve en el filo de la acera, sosteniendo con fuerza las dos únicas maletas que traje a Dravrah. Estaba empezando otra vez, repitiendo el comienzo. Y por lo que sé, esta vez no tendré ni la más mínima facilidad familiar. Pude haber elegido un nuevo comienzo, pero Dravrah era el único lugar en el que mis padres no serían tan evidentes al intentar llevarme. Estaba confiando en la presencia de Axel, quien no tiene ni la más mínima idea de todo lo que ha pasado en los tres últimos años y, ahora, en estos tres últimos meses.

Sé que mis padres no desean que su preciado primogénito se entere de las desgracias de su defectuosa segunda hija. Y justo por eso, Faby, Ally y yo, elegimos Dravrah; el lugar en el que todos los herederos de la familia Reinhardt se encuentran. Era, irónicamente, el lugar más seguro.

Bajé del taxi y abrí el paraguas, la lluvia había empezado a caer con fuerza. El taxista dejó mis maletas junto a mí y se alejó muy lento, mirándome de reojo con una media sonrisa nerviosa. No era viejo ni mucho menos, de hecho, era bastante joven y de buena apariencia.

Me encontraba sin el apoyo económico y de seguridad de la familia. Al ellos no estar de acuerdo con mi actual presencia en Dravrah, era seguro que me quitarían la protección y ayuda económica para forzarme a obedecerles. Lo único que mantendrían sería la vigilancia, total vigilancia.

-Disculpa. -Detuve al taxista antes que este subiera al auto. Me miró con los ojos brillantes, casi pude confundirlo con ilusión.

No demoró nada en acercarse nuevamente a mí, con una sonrisa y sin disimular el entusiasmo al arreglarse torpemente el cabello y sobar sus manos.

-Dígame, ¿necesita algo más? -respondió mostrando una chueca, pero carismática sonrisa.

-Me sería muy útil tener su número de teléfono.

Mis palabras parecieron sorprenderlo lo suficiente para dejarlo sin habla y hacer que entreabriera la boca.

Debido a su reacción, sospeché que me estaba malinterpretando.

-Tener su número de contacto me será de mucha ayuda para poder movilizarme fuera de la Universidad -Lo aclaré de inmediato, manteniendo la seriedad para que el taxista no se haga una idea equivocada.

Tal y como me di cuenta, el taxista había entendido mal, la decepción en su expresión fue aplastante. Asintió con la cabeza evitando volver a mirarme y se apuró en sacar torpemente del bolsillo de su jean una pequeña tarjeta blanca arrugada.

-Puede llamar al número de la empresa en la que trabajo. Se encargarán de brindarle un buen servició -dijo con voz apagada y seria.

Acepté la tarjeta, observando su actitud.

Era un chico de no más de veinticinco años, tenía el cabello corto de color negro y despeinado, hasta podría asegurar que estaba sucio. Sus ojos castaños tenían un parecido a la forma de los ojos de un perezoso, se veía de cierta manera gracioso. Era alto, delgado y de grandes hombros con espalda y brazos de un nadador.

-Que tenga un buen día -dijo con frialdad subiendo a su taxi. No demoró en acelerar y desaparecer entre la neblina de la lluvia.

Acomodé la cartera en mi hombro y apreté el paraguas. Las enormes rejas que protegían la entrada a Dravrah me atemorizaron, obligándome a tragar mucha saliva. El viento incrementó, golpeándome con las gotas de la lluvia. Mi paraguas voló lejos de mí sin darme tiempo de evitarlo.

Rápidamente tomé mis dos enormes maletas e intenté correr a resguardarme bajó el estrecho techo de la pequeña torre de vigilancia. Pero, las maletas fueron más pesadas de lo que mi fuerza y equilibrio creyeron soportar.

Caí al piso con las dos maletas.

Las gotas mojaron mi rostro y sentí el ardor en las palmas de mis manos. Mantuve los ojos cerrados sacando las manos, resignándome a dejar la mitad de la cara en el piso. Respiré el olor a tierra mojada y suspiré ante la dureza en la que estaba echada.

Este comienzo se siente como un fracaso asegurado -pensé, acostumbrándome a estar bajo la lluvia.

Me empecé a sentir cómoda, entendiendo que estar tan miserablemente en el piso era mi verdadero sitio.

-Adelante destino, sigue haciendo lo que quieras conmigo. -Abrí los ojos y volteé, quedando tirada de espalda. Las nubes estaban grises y la cantidad de lluvia incrementó, obligándome a volver a cerrarlos -: Quítame la memoria, vuélveme culpable de todas las muertes, hazme responsable de las desgracias, sigue arruinando mi cordura... Ya no importa, mi vida seguirá arruinada. ¡Así que, si quieres matarme... ¡Adelante! -Reí abriendo la boca, estirando los brazos -Créeme estúpido destino, eres un maldito mise...

-¿Qué estás haciendo?

Abrí los ojos sobresaltada.

Un paraguas negro se interponía entre el cielo y yo. Lentamente moví los ojos para mirar a la persona que me había encontrado en tal estado, quien seguramente a escuchado mi odio hacia el destino. Quien debe estar pensando que soy una loca indigente. Y, por la pregunta con el tono en el que habló, ya debe conocerme.

Mi corazón se detuvo en el segundo que vi sus ojos fríos, inexpresivos, dominantes; pero, hermosamente verdes. Su rostro... ¡Era él! Ya no era el rostro del adolescente de dieciséis años que recuerdo haber visto por última vez; sin embargo, seguía siendo "él".

Sus gruesas cejas rectas, se mantenían quietas, ayudando a su mirada de cazador resaltar de manera escalofriante y a la vez hipnotizante. Mi corazón reconoció la hermosura masculina frente a mí, cada rasgo suyo era perfecto. Reconocí a mi primer amor, aunque haya sido un sentimiento infantil e ingenuo, lo seguía considerando un primer amor.

Incluso sabiendo quién era, tuve que preguntarlo. Temía que mi cabeza me esté jugando una ruin alucinación, aprovechándose de mis recuerdos perdidos.

-¿Austin Lindemberg?

Lo vi fruncir el ceño, pero sólo hizo aquello, expresando la confusión que le causó mi pregunta. Verlo mover ligeramente las cejas, fue una respuesta a que no era una alucinación. Y el desagrado con el que me miraba tampoco

CAPÍTULO COMPLETO EN LA APLICACIÓN: DREAME.

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