La de la miel con sal

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29 de Julio

Vallarta

Habíamos ido a pasar tres días en la playa en la casa de mis tíos. ya que me la habían dejado prestada al ellos irse de viaje. Cuando mi madre me ofreció la opción de irme no me lo pensé dos veces. Avisé a seis amigos, entre los que se encontraba Juliana, y propuse una escapada de fin de semana, todos aceptaron desesperados por querer tocar el mar y planeamos cuál iba a ser nuestro recorrido.

Llegamos por la tarde y con las ganas en la punta de la lengua habíamos decidido ir a pasar la noche por los bares. Estábamos arreglándonos esparcidos por la casa, mientras el altavoz de Eva sonaba con fuerza. Naye se había puesto unos pantalones de campana y esperaba aburrida en el sofá, mientras miraba vídeos de internet con Sergio riéndose escandalosamente a su lado.

Juliana estaba maquillándose mientras yo me vestía, detrás de ella, y me aguantaba las ganas de tirarla a la cama y besarla hasta dejarla sin aliento.

—¿Te vas a poner esos pantalones blancos?—Me preguntó, con sus ojos puestos en el rímel que se estaba colocando.

—Sí, ¿por?—Respondí mientras me quitaba el pantalón de chándal que había llevado en el avión.

—Nada, era para ver si me dejabas la falda gris...Ya que no te la vas a poner.

—Claro. Tómala.—Murmuré.

Cuando finalmente acabó de maquillarse dio media vuelta y me miró de arriba a abajo, que más que incomodarme, me puso muy nerviosa. Alcé la ceja y le regalé una sonrisa muy sincera.

—Muchas gracias por invitarme.

—No hay de qué.—Hice una pausa y luego añadí.—Así compensamos lo de Oaxaca.

—Ojalá hubieras podido ir.

Quise creérmelo. Me incrusté esas palabras en la parte trasera de mi cabeza, deseando con tanta fuerza que eso fuera cierto que casi me vuelvo a perder en sus ojos, no sabía qué decirle. ¿Ojalá me hubieras invitado de verdad? ¿Ojalá yo hubiera tenido el valor suficiente como para recordártelo e ir contigo? Me parece que entendió mi bloqueo mental porque cambio de tema rápidamente.

—¿Dormimos juntas?

—Claro.—La voz me volvió a salir densa.

—No van a sospechar nada, ¿no?

—No. Somos amigas.—Le dije cortante.

—Ya, pero...

Nuestra conversación fue cortada por la voz de Renata, que nos comenzaba a regañar desde el salón para avisarnos de que se estaba cansando de esperar y que ya el reloj tocaba las once de la noche.

Cenamos frente al mar con tanta gente que nuestra voz se ahogaba con el ruido de la noche, finalmente nos adentramos en un bar pequeño y lleno de extranjeros. Bebimos, por lo mínimo, seis rondas de chupitos de Tequila y yo notaba como las mejillas se tornaban de color rojo y la ropa que llevaba Juliana se estaba volviendo molesta. No podía dejar de mirarla y eso a ella le gustaba, jugaba con fuego y a mí me volvía completamente loca.

Después de darle más vueltas de las que se necesitaba, había decidido enterrar mis sentimientos en lo más hondo de mi ser, no volver a caer en el huracán de preguntas que no tenían mucho sentido y se perdían por no tener su respectiva respuesta. No volver a tocar el tema con Juliana. Ella y yo nos acostábamos, sin más. No había un trasfondo en aquello, no había algo por lo qué luchar. Disfrutábamos pasar la noche juntas, y en Diciembre todo aquello se perdería, pero yo ya estaría lo suficientemente lista emocionalmente y físicamente para que aquello no me sorprendiera lo más mínimo y mucho menos, me derrumbara. Tampoco quería arriesgarme a perder la amistad que había construido con ella o quizá debía decir que no quería arriesgarme a perderla del todo.

Hielo y Fuego  [Juliantina]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora