De toda la gente que he besado

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11 de Junio

Las nubes se estiraban burlonas en el cielo, feroz y hambriento de lluvia cálida y con sabor a trópico. El Sol estaba escondido detrás de aquella capa de oxigeno, capaz de hacer que los niños imaginaran formas para fantasear sobre un futuro en el cual poder volar, en el cual poder tocar las nubes pensando en que son comestibles, como los caramelos que vagan en sus bolsillos.

Y yo, recargada contra la ventana del coche, escuchaba con los auriculares la melodía de Time de Hanz Simmer, admiraba el cielo y pensaba en el cuadro de Juliana, intentando romperme la cabeza para saber qué significaba aquel retrato abstracto hacia mi personalidad.

La mano de mi madre apretó mi pierna.

—¿Te puedes quitar los auriculares?—Me dijo, cuando malhumorada alcé una ceja en busca de una explicación.

—¿Qué?—Dije molesta por la interrupción de mis pensamientos.

—Jonny y yo... te queremos decir una cosa.—Anunció mi madre mirando por el retrovisor.

Jonny estaba en el asiento del conductor, con una camisa de color azul desgastado y una cartera con más de dos mil pesos, seguro. Llevaban bastante tiempo juntos, y a pesar de que él no me transmitía ninguna buena sensación debido a su falsedad y su clasismo, me gustaba ver a mi madre feliz.

Mi padre ya lo había conocido, hacía relativamente poco habíamos hecho una cena familiar reuniendo a Jonny. En una escala del uno al diez, la incomodidad fue extrema. Mi padre se sentó a mi lado y cortó el pollo con las manos temblando, mientras yo le miraba apenada, Jonny no dejó de hablar sobre los beneficios que estaba consiguiendo su empresa.

Cuando acabó la cena, que más bien había sido un monologo de Jonny mientras mi madre hacia ojos de corderillo, acompañé a mi padre a la puerta. Se burló de él y me prometió que no estaba ni triste ni molesto, estaba bien.

Sabía lo que iba a decir ahora mi madre, lo sabía a la perfección. Nos estábamos dirigiendo los tres al aeropuerto de la Ciudad de México para despedirnos de Jonny, ya que se iba a Nueva York una semana y media por temas de trabajo. Mi madre me había obligado a acompañarla, ya que después de aquello tendríamos la comida que siempre hacíamos una vez por semana las dos juntas.

Rasgué mis dientes y estiré los dedos de los pies.

Venga, uno, dos, tres...

Dilo. Frío. Corto. Sin sentimientos.

Venga, mamá.

—Jonny y yo hemos estado hablando durante estos dos últimos meses.—Comenzó a explicar mientras el coche esperaba un semáforo en rojo.—Queremos casarnos.

Bum.

Giró la cabeza y me soltó una sonrisa aritmética, casi sin fluidez. Así era ella, me soltaba con rapidez que se iba a casar, en medio de la carretera, con el coche en marcha y con su hija detrás.

Fría. Corta de sentimientos.

Un, dos, tres...Se me ocurrió la idea para una canción.

—¡Me alegro!

Le miré burlona.

Observé la sonrisa de Jonny y me volví a colocar los auriculares.

Volví a fundirme en el cielo.

Puede que el cuadro era ese sentimiento que me recorría la piel siempre, puede que Juliana supiese que yo estaba enamorada de la libertad, pero atrapada en ella.

Esmeralda gritó y se tumbó en la cama junto a mí. Estábamos sudando, saladas y brutalmente cansadas. Se abrazó a mi cuerpo y yo le acaricié el cabello. Lo enredé en mi dedo índice y cree tirabuzones llenos de historias sin fin.

Hielo y Fuego  [Juliantina]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora