Proponer y Disponer

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Bajó en la estación de Parque de las Avenidas y decretó aquella tarde como una ocasión exitosa

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Bajó en la estación de Parque de las Avenidas y decretó aquella tarde como una ocasión exitosa. Se había leído más de veinte artículos de energía positiva y discursos motivacionales, así que caminando al ritmo de Cutting Crew, Laia pateó con firmeza las calles de la Avenida Bruselas número setenta. Una entrevista de trabajo y una prueba reservada en el Cris Café fue la manera perfecta de comenzar de cero con la frente en alto.

Alberto, el camarero encargado de la terraza, le guiñó el ojo y ella le sonrió, nerviosa al tener a la encargada justo a su lado. Era una muchacha joven, quizás de su edad, empero; aquel carácter egocéntrico y hostil le ponía los nervios de punta.

—Tiene que tener un solo dedo de espuma o no conseguirás ese puesto—dijo la fastidiosa mujer, con un tono sarcástico a sus espaldas. Laia enderezó el vaso a tiempo, consiguiendo la medida exacta de espuma encima de la copa y giró hacia muchacha, depositando la copa sobre la barra con una sonrisa de autosuficiencia.

—Estaré bien—contestó.

Ayleen, como se llamaba, no había parado de lanzar puntas y hablar estupideces desde su llegada; al parecer no le había agradado a la encargada, pero eso no le importaba en lo más mínimo. El jefe parecía ser un buen sujeto y él era quien tenía la última palabra.

En un parpadeo se hicieron las once de la noche y sus brazos comenzaban a temblar de agotamiento. Insertó otra tanda de platos en el lavavajillas y lo cerró. Se agachó para recoger unas servilletas que se habían caído al suelo para botarlas en la basura y al erguirse miró hacia la entrada del local. Alguien ingresó al establecimiento por la puerta principal y ella se quedó rígida sobre el mostrador de aperitivos a punto de escupir el agua que estaba bebiendo.

Un hombre de anchos hombros, cabello oscuro y barba incipiente apareció caminando con soltura hacia la barra. Llevaba puesta una camisa de mangas largas azul con los primeros dos botones desabrochados y unos pantalones color beige que se ajustaban a sus piernas. Vaya que sí, ese gesto sobrio de petulancia al mirar la pantalla de su teléfono le sentaba de maravilla. A él no le fue difícil robarse la atención de todas las señoritas y de alguno que otro hombre.

Era Jason.

«Tiene que ser una broma, ¿dónde carajos está la cámara?».

En cuestión de segundos, sin darle tiempo de ocultarse, él tomó asiento frente a la barra y sus ojos claros chocaron con la sorprendida Laia. Hasta ese momento, ella no había notado lo intensos que aquellos ojos podían verse. Él se quedó quieto por unos instantes, con los labios entreabiertos; después, sus hombros se encorvaron hacia adelante cuando, apoyando sus codos sobre la barra, esbozó una esplendorosa sonrisa al reconocerla.

— ¿Sabes? Comienzo a pensar que eres una acosadora sexual—habló en tono de broma, elevando una de sus cejas.

Consternada, ella abrió la boca para responderle, pero para su sorpresa, la encargada del lugar salió de la cocina cual huracán desbocado y se precipitó hacia adelante, haciéndola a un lado en el proceso. Su escote parecía haberse bajado varios centímetros y Laia no lo vio como una casualidad.

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