Laia saludó al señor Oscar, encargado de seguridad, agitando la mano al mismo tiempo que pasaba desde el otro lado de la calle. La temperatura a doce grados daba a la mañana una frescura vigorizante, o al menos aquello le gustaba pensar; consiguiendo con esto no ocupar sus pensamientos en los acontecimientos de la noche anterior. De no haber sucedido el dichoso "incidente" con el vibrador, ella no habría olvidado su billetera en el camerino y se habría ahorrado la vergüenza de pedirle prestado a Toni para poder ir en metro hacia el club a buscarla tan temprano.
Eran las ocho con treinta cuando se quedó a charlar unos minutos con algunos empleados de la seguridad del edificio. Ese en particular, no tenía gente viviendo allí, viejitos cascarrabias o solteronas amargadas. Era una torre más bien empresarial, con oficinas todavía sin ocupar, algunas en remodelación. Le había escuchado decir a Jason que entre sus metas se hallaba comprarlo para así inaugurar un hotel algún día, uno que hospedara a los clientes del Tornasol y que estuviera a la altura del mismo pero que fueran capaces de trabajar independientemente. A medida que subía en el elevador, se le hizo inevitable imaginarse un sinfín de escenarios posibles si eso ocurría.
No sabía ni cómo reaccionaría al verlo de nuevo luego de esas horas cruciales, Laia no podía ignorar que las cosas serían distintas; no obstante, pretendía tolerarlo si eso significaba no perder su empleo. Si se quedaba desempleada otra vez, tendrían que internarla en un hospital psiquiátrico. Meneó la cabeza, deshaciéndose de las molestas proyecciones de ella misma utilizando una camisa de fuerza.
Apenas salió del elevador y puso un pie en los escalones, se quedó tiesa. A pocos metros de distancia, en la barra, había un hombre muy alto de espaldas a la entrada. Por un momento temió que fuera Jason, pese a que sabía que nadie debería estar en el club a esas horas y mucho menos él. El hombre avanzó hacia adelante, brindándole a Laia una visión más precisa. Y no, no era Jason. De pronto, sus sentidos encendieron las alertas.
El sujeto se dio la vuelta despreocupadamente y se sobresaltó al ver a la muchacha morena parada justo frente a los escalones de la entrada que conducía a la pista de baile central. Ella en seguida lo reconoció. Sabía quién era. No podría olvidar esa cara.
Jason escuchó los alaridos femeninos provenientes de afuera de la oficina. Empujó la puerta y recorrió el pasillo a tropel, deteniéndose en seco al ver que Laia se encontraba parada encima de una silla, sosteniendo en alto una botella vacía de vino con ambas manos. La escena pareció seguir en cámara lenta y el alma se le cayó a los pies al verlo detrás de la barra, entretanto intentaba lidiar con la asustadiza chica. Comenzó a sudar frío; nada bueno iba a salir de ese encuentro. Era lo único que faltaba para empeorar la situación.
— ¡No te acerques! —chillaba Laia, empuñando la botella. De no haber sido tan inoportuna su presencia, a Jason le habrían dado gracia sus maromas para mantener el equilibrio y defenderse—. ¡Te romperé esta cosa en la cabeza si te acercas a mí!
— ¡Está bien, tranquila! —dijo el muchacho, con las palmas alzadas—. No te haré daño, por favor, suelta esa botella. Podrías lastimarte.
—No te creo, solo quieres que me descuide, ¡pero no lo haré!—espetó ella.
Jason los miró a ambos, se pasó la mano por el rostro y luego se rascó el cuello.
—Laia, basta—Y en cuanto ella escuchó su voz, lo miró por encima del hombro cayéndose de la silla poco después.
La morena se levantó rápidamente con la gracia de un Ángel de Charlie y volvió a aferrarse a la botella, que había logrado mantener lejos del piso. Se aseguró de mantener al hombre alto detrás de la barra al alcance de su visión por si acaso.
— ¿Jason? —dijeron Laia y el chico de la barra al unísono. Ella sorprendida, él consternado. Los dos le miraron con reproche.
Las únicas personas en el Tornasol esa mañana eran ellos tres, y solo Jason comprendía la situación. Se acercó a Laia y le quitó la botella de las manos con suavidad, era posible que se lastimara más ella misma que a otra persona. Desde el preciso momento en que lo vio supo que si no salían de allí algo pasaría, solo Matt tenía la copia de las llaves del club y eso en parte lo había tranquilizado. Pero no contaba con que la gente del edificio dejara entrar a Laia sin siquiera avisarle, seguro ella creía que el hombre detrás de la barra era un ladrón o algo por el estilo.
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El Juego
RomanceMafiosos, políticos corruptos, famosos que viven en el escándalo... En esta jungla encontrarás todo tipo de criaturas. Pero sobrevivirás, si aprendes cómo se juega.