Velada con los lobos, Parte II

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Jason y Laia temían lo peor.

Alguien le pasó un micrófono inalámbrico al primogénito de los Lobo, y este no perdió tiempo en darle a los presentes la bienvenida. Tras ellos, un sofisticado letrero con el nombre de La Montana y el número de setenta en grande servía de fondo, ideal para las fotografías de los periodistas invitados a cubrir el evento.

—Quiero agradecerles a todos vosotros, en su mayoría amigos íntimos o conocidos de la familia, por asistir a esta celebración íntima. Sin embargo; debo reconocer que no soy un hombre de muchas palabras, solo quisiera expresarles mi profundo agradecimiento como el hijo mayor de esta gran familia. Ahora, damas y caballeros, démosle un fuerte aplauso a mi hermano, Jorge. Presidente Ejecutivo de Licores La Montana.

Y el mencionado bajó el resto de los escalones para llegar hasta su hermano mayor, a quien le brindó una palmada en el hombro. Así como aparentaba hacerse dueño hasta del oxígeno, Jorge Lobo se adueñó de la atención y las miradas.

—Muy buenas noches—dijo con ánimo al micrófono, y Laia titubeó ante su gruesa voz—. Quiero daros las gracias, en verdad, por esto. Setenta años de tradición no son algo que se logre de la noche a la mañana, y estoy orgulloso de poder seguir la tradición de mis padres, contar con mi familia, mis adorados hermanos, mi bella esposa y mis hijos. Desde que asumí como presidente tras el fallecimiento de nuestro padre, tomé esta responsabilidad hasta que se convirtió en una labor que disfruto. Sin agregar otra cosa, para no parecerles un viejo aburrido...—comentó alzando su copa y la gente estalló en risas, imitándole—espero que tengáis una muy buena noche y que disfrutéis. Feliz aniversario.

No pasó mucho hasta que los Lobo se integraron a la celebración en la gran sala, sin que Monique se despegase ni un segundo del pretencioso Julián. Aquel muchacho poseía, cual digno miembro de su bizarra familia, el semblante con la palabra «peligro» implícita encima de la frente. Para Laia, era tan evidente como los letreros de neón del club. Jason y Laia se colaron entre los invitados excusándose de vez en cuando y consiguieron llegar, sofocados y atentos, donde Monique y Julián se habían detenido a charlar dando la imagen de una pareja de recién casados, acaramelados y desconectados del resto de la gente.

Por el rabillo del ojo, Laia sintió que Jorge, a pocos metros de allí, le miraba con un aire despreocupado, antes de perderse por un pasillo oscuro de la casa junto con cuatro gorilas de seguridad.

«Joder, qué mal rollo».

Apenas Monique les vio acercándose, pegó un grito estrepitoso.

— ¡Vinieron! —exclamó la pelirroja, hermosa y radiante, lanzándose a los brazos trémulos de su mejor amiga. Laia simuló sonreír, correspondiéndole. Luego, Monique abrazó con la misma efusividad a su jefe, igual de incómodo—. Nos dieron una invitación para los tres, pero Julián me convenció de venirme con él antes para poder conocer a su familia, ¡son un encanto! Lamento no haber tenido tiempo de avisarles, es que Julián se puso muy ansioso...—soltó, mirándole con complicidad, mientras sostenía las manos de Laia—como sea, él me aseguró de que se encargaría de avisarles.

—Y cumplí con mi palabra—habló el muchacho, rodeándole la cintura a Monique en un abrazo posesivo, dirigiéndose a la otra pareja —. Me alegra que hayáis venido, mi hermano estará complacido.

Una sonrisa crispada curvó los labios de Jason, al no tener otra alternativa que no fuera continuar con las jodidas formalidades y extender la mano hacia aquel bastardo. Los dos caballeros estrecharon las manos en un saludo breve, después, Julián saludó a Laia del mismo modo, demorándose más de lo que a Jason le habría parecido prudente.

—Julián me contó que ustedes conocen al señor Jorge—prosiguió Monique, habladora como de costumbre—. Él y yo nos conocimos hace una semana en un café cerca de casa, ¿qué puedo decir? Me encantó desde la primera vez que lo vi, no pude decirle que no y este viaje ha sido maravilloso. Espero no me despida, señor Bradley.

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