Velada con los lobos, Parte I

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—No, no irás.

Laia miró a Jason, a pocos centímetros de distancia lejos de ella. Era la primera vez, luego de años de independencia, que alguien se proponía impedirle algo. Por ese motivo había huido de casa, lejos de la dictadura implacable de sus padres y de ser la comidilla de su propia familia de tiranos. No le gustaba que alguien cuestionase sus propósitos.

—Claro que iré, ya oíste a Michael. La invitación dice ser para tres personas, no puede ser más claro. La tercera persona soy yo. Lo sé.

—Estás mal si crees que dejaré que vayas.

—No tenemos opción. Hay que hacerlo por Monique.

— ¿Y según tú por qué Lobo te querría en esa cena?

—Es su modo enfermizo de amenazarte—respondió Laia—. La única con la que tuvo contacto aquí fue conmigo. Es lógico, soy la única a la que Lobo llegó a conocer, eso quiere decir que es probable que su objetivo haya sido atraparme a mí, pero por alguna razón no pudo, he estado contigo. Así que tuvo que ir por otra persona, Monique estaba sola y ya vimos que la seguridad que nos prometieron no sirvió de nada.

—Ahora resultas ser una experta en mentes criminales—bufó Jason.

—Bueno, quizás he visto mucha televisión.

—O quizás no estás siendo honesta conmigo.

Indignada, Laia se cruzó de brazos encima del taburete a un lado de la barra. Todos se habían marchado, a excepción de ellos. Ya era de noche y ambos estaban solos en el Tornasol, discutiendo el tema del día.

—Si les hubiéramos advertido, nada de esto estaría sucediendo. Guerra avisada no mata soldados.

—Ya lo sé, no necesito que me lo recuerdes. No podía soltar la lengua para asustarlos. Es mi responsabilidad mantener esto a flote, ya discutí con Collins al respecto. Y no me cambies el tema.

— ¿Qué pasa? No te entiendo, de verdad. Has estado raro hoy.

—Desde que viste a ese tipo en el semáforo algo cambió en ti, y ahora me dices que comprendes el modo de pensar de ese criminal solo porque hablaste con él, aquí la rara eres tú, princesa.

—Entonces crees que mi teoría no tiene sentido.

—Claro que lo tiene, y mucho. Eso es lo que me perturba.

Jason la miraba, crispado y rígido de pie frente a ella.

—Solo saco mis conclusiones racionales en base a lo que dijo el detective. Y eso que él no sabe que lo sé. Solo conoce de mi encuentro con Lobo esa noche.

— ¿Por qué quisiste agarrar ese sobre con un pañuelo? —le cuestionó él, y la distancia que les separaba se cerró—. No me respondas con un chiste, por favor.

Laia titubeó.

—Cálmate primero. Fui precavida.

— ¿Qué escondes? —increpó Jason, acorralándola—. ¿Por qué no quieres hablar?

— ¡Porque mi mejor amiga está desaparecida y es lo que me importa ahora! Jason, ¿no lo entiendes? No es el momento. Ahora no. Esta conversación está demás. Monique puede estar sufriendo ahora, mientras nosotros perdemos el tiempo.

Él asintió, separándose de ella. Laia sintió un frío recorriéndole el cuerpo cuando él se apartó. Él sabía que en parte Laia tenía razón, sin embargo; no podía dejar de pensar en el tipo misterioso, o en por qué ella había tenido la malicia suficiente como para saber que si tocaba ese sobre con la mano desnuda dejaría sus huellas dactilares, contaminando una posible evidencia. Tal vez solo había sido parte de su instinto, aunque el de Jason susurraba lo contrario. En su perspectiva, ese pequeño detalle de su forma de actuar resultaba extraño, ¿qué tanto sabía ella en realidad sobre esas cosas y por qué?

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