Voluntad

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Los primeros rayos de sol se filtraron a través de los bordes de las pesadas cortinas de la habitación. Laia se quitó las sábanas de encima y se estiró, suspirando de alivio al notar lo ligero que su cuerpo se encontraba, desprovisto de temores, tal como quien despierta de una horrible pesadilla. Monique estaba acurrucada junto a ella en la cama matrimonial, vuelta un ovillo entre las cobijas. La morena escaneó la suite en busca de Jason, pero no lo encontró ni en el sofá, ni en el baño.

Se encontraron en el lobby, mientras el botones les ayudaba con las maletas en el auto que los llevaría al aeropuerto, Monique estaba ansiosa por regresar a casa para olvidarse de aquel desafortunado viaje. Desde que vio a Jason esa mañana, Laia notó en él una frialdad inusual, era un hombre diferente, distante... tenía un aspecto desaliñado y una mirada ausente, no tenía pinta de haber dormido en absoluto.

— ¿Estás bien? —le preguntó ella, preocupada.

Él le asintió sin decirle nada, pasándole por un lado para montarse en el asiento de copiloto en el taxi. No emitió ni siquiera un quejido de camino al aeropuerto, o cuando el avión despegó, tampoco en el corto transcurso del vuelo. Ella no sabía si sentirse herida, ignorada u ofendida, pues no comprendía el modo en el cual él había decidido afrontar las circunstancias en las que todos estaban.

Llegaron a Madrid en un pestañeo. Matt, Pilar, Rudy y Daniel les esperaban en la puerta número dos. El efusivo abrazo de grupo robó la atención del resto de los presentes alrededor. Pilar lloraba de felicidad en el conmovedor encuentro, al fin estaban a salvo y habían logrado salvar sus pellejos de aquellos dementes. Jason percibía un tanto inverosímil el desenvolvimiento de la historia, pero se alegraba de que todo hubiera salido "bien". Sin embargo, aún no podía sentirse cómodo al mirar a Laia a los ojos. Sabía que evitarla no era una actitud muy madura de su parte, no obstante; necesitaba tiempo a solas para pensar en un modo de explicárselo, o de sobrellevar lo de James.

Cerca de las dos de la tarde, Jason se reunió con el detective Collins en la habitación de hotel de este, fue escoltado por varios hombres que vigilaron que nadie los siguiera. Collins le informó que la operación de El Juego había llegado a su fin, puesto que su objetivo principal había sido recaudar información para encontrar a El Polaco, y ahora que este se había entregado, no pretendían continuar poniéndolos en peligro.

Nada de aquello logró calmarlo, no podía hacerse ilusiones y tanto él como el detective lo sabían; aunque El Juego se terminara, siempre existiría el riesgo de que alguien filtrara la información al mundo de la mafia; no eran códigos nucleares, era el destino de un grupo de personas que quizás no les importarían al alto mando en un tiempo, o quizás el descuido de alguien podría hacer que el asunto se fuera a la mierda.

Fue entonces cuando Collins le ofreció a Jason entrar en el Programa de Protección de Testigos y este se negó en seco. En vista de su negativa, Michael se vio obligado a comentarle un detalle relevante.

—James dijo que colaboraría con nosotros, y que si querían que lo hiciera, debíamos protegerlos, a ti y al resto de tus empleados.

Jason resopló.

— ¿Eso no levantaría sospechas en la comunidad mafiosa o algo así?

—No, seríamos discretos. Ninguno de ustedes lo notará, menos alguien que pueda asecharles. Solo será por un tiempo hasta asegurarnos de que nadie tomará represalias. La información sobre El Juego será completamente eliminada de los registros, sistemas y discos duros de nuestras sedes, tendremos esto como prioridad.

—Supongo que eso es bueno—soltó el de ojos azules, cruzándose de brazos—. Y ahora, ¿qué harán con Jorge Lobo?

Collins se encogió de hombros.

El JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora