Jason se hallaba en el balcón de su apartamento, desde el cual podían avistarse puntos clave del barrio de Salamanca, con sus estructuras de aspecto clásico contrastando con las tiendas y edificios modernos de la capital española. A plena luz de la mañana, el movimiento dinámico de Madrid era entretenido desde las alturas, la panadería del frente desprendía un olor a pan fresco por toda la calle y el día pintaba de maravilla, no había demasiado sol; tampoco demasiado frío. Los colores le parecían más vivos e incluso llegó a escuchar el sublime canto de los pájaros. No tuvo ganas de fumar, así que se limitó a continuar la conversación que sostenía a través de su teléfono.
Aunque estaba de espaldas hacia el interior de su hogar, él supo que ella lo estaba mirando, de todos modos; su fuerte no era ser discreta y había hecho ruido lanzándose estrepitosamente sobre el sofá. De inmediato, Jason observó por encima de su hombro topándose con una Laia todavía adormilada, bostezando y estirando las piernas. Era un deleite a la vista, incluso despeinada y con el rostro contraído de sueño. Falló en contenerse a pensar en tomarla de nuevo, y esbozó una sonrisa melosa burlándose de sus propios pensamientos indecentes.
—Estaremos en contacto. Saluda a todos de mi parte...claro, seguro—afirmó Jason, poco antes de colgar. Caminó de vuelta al interior del apartamento y cerró la puerta corrediza de cristal tras su paso.
— ¿Era del club? —inquirió Laia, con la cabeza apoyada perezosamente sobre uno de los cojines.
—No, un amigo de Chicago—contestó Jason—. Me invitaba a visitarlo. Pero no podré ir. Hay muchas cosas por hacer en el Tornasol.
—Es una pena.
Él se arrojó a su lado en el sofá, recostándose, no sin antes acercarla a su cuerpo. Laia se dejó caer encima de él, acurrucándose sobre su pecho. Tenía esa mirada perdida que solía tener cuando se sentía confundida o pensativa y Jason notaba cierta reticencia en ella. Así que la abrazó, coronándole la frente con un beso. Ya le parecía natural el poder hacerse una idea acertada del estado de ánimo de Laia sin que ella se lo dijera.
—Háblame—le murmuró Jason al oído.
Transcurrió un minuto en silencio, y Laia alzó la vista para mirarle. Jason sentía que ya tenía años compartiendo junto a ella.
—No quiero ser Ámbar—respondió la morena.
Jason estuvo a punto de echarse a reír, porque le parecía que aquello no era ni remotamente posible. Pensó que no tendría que aclararlo jamás, sin embargo; quizás sí tendría que hacerlo. Desde luego que no sería así, la simple comparación entre ellas era absurda. Pero no podía culpar a Laia por creer que eso pasaría.
—Tú no eres ni serás como Ámbar—musitó Jason.
—Entonces seré como Pilar, Rudy o Monique.
—No, no serás ninguna de ellas.
—Vale, entonces, ¿quién voy a ser?
Después de haber despertado abrazado junto a ella y de hacerle el amor temprano por la mañana, Jason había eliminado por completo sus dudas, si es que las presuntas dudas habían existido en algún momento. Laia, por su parte, necesitaba respuestas claras al respecto o tendría que tomar decisiones, ella no estaba dispuesta a ser otra conquista. Y si eso era, entonces se vería forzada a pretender que nada de eso había sucedido, lo cual no quería.
Ninguno de los dos buscaba ese resultado.
La química instantánea entre ambos era aplastante, así había sido desde un principio pese a los intentos fallidos de mantener distancia prudente, algo siempre había estado allí presente desde la vez que se toparon por accidente y el resto de los encuentros. Las miradas de soslayo en el Tornasol, los roces y murmullos al oído. Ninguno quería ya renunciar a esa sensación de cercanía. Jason conocía los riesgos y las complicaciones que esa decisión traería en el trabajo, no obstante; se sorprendió al darse cuenta que le importaba un bledo si así podía tenerla a su lado.
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El Juego
RomanceMafiosos, políticos corruptos, famosos que viven en el escándalo... En esta jungla encontrarás todo tipo de criaturas. Pero sobrevivirás, si aprendes cómo se juega.