Epílogo

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Existía algo de lo cual ninguno de ellos podía hacerse el desentendido. El deseo flotaba en el aire circulante por la cabina de la camioneta, el espacio reducido no era el mejor ambiente para mantener sus mentes despejadas. La piel de Laia debajo de la mano de Jason era aterciopelada y firme. La chica sufría los estragos de ese contacto directo, su piel ardía bajo el roce de la mano del de ojos azules. Él la miraba, ignorando por completo que la luz había cambiado a verde. Laia sintió, que si antes se había sentido incendiada, ahora era un volcán el que hacía erupción en su interior.

Cuando los dedos fríos de Jason se aventuraron hacia el interior de sus muslos calientes, ella se abalanzó sobre él tan rápido que Jason apenas logró reaccionar. Rozó sus labios con los de él, aplicando presión, adentrándose en el riesgoso beso a horcajadas sobre Jason. Laia sintió la lengua de Jason tocándole los labios y ella los abrió, recibiéndole. Allí estaba ese burbujeo en su estómago. La muchacha sentía los dedos de él aferrados a los cabellos en su nuca, mientras el beso le provocaba gemidos ahogados y un placentero escalofrío.

Laia se asfixiaba por el calor que le brindaba el cuerpo de Jason, así que se deshizo de su abrigo y lo arrojó con ávida precisión a la parte trasera de la camioneta.

—El semáforo—le dijo Jason y ella le besó—. Está...—la morena le interrumpió con otro beso—. La luz, en verde...

Laia hizo caso omiso a su advertencia y profundizo todavía más el beso, si es que aquello era físicamente posible. La tenacidad con la cual ella comenzaba a oscilar sus caderas, ocasionando un contacto directo con la abultada entrepierna de Jason, doblegaba al cien por ciento la cordura masculina. Él no podía resistirse a eso, no después de haberlo añorado tanto. Jason le subió el vestido hasta las caderas y tiró de ella estrujándola contra su pecho. Apartó su cuerpo a un costado, entonces movió la palanca, con las manos en el volante y aceleró.

Ella dejó escapar un grito de sorpresa, meciéndose sobre su regazo. Jason no pudo contener la risa, y Laia sabía que tanta imprudencia en él era algo atípico. Aunque si lo pensaba bien, él nunca había titubeado en tomar riesgos si estos venían con una intención clara. Jason dobló en una calle, maniobrando la camioneta con Laia encima. Ella se quedó quieta, facilitándole la tarea.

—Perdiste la cabeza—afirmó él, mirándole de soslayo.

—Sí, por ti.

—Eso ha sonado cursi. No quiero ser precisamente cursi contigo luego de lo que me has hecho, princesa. Me tienes muy duro, y provocarme así es peligroso.

Ella se rio.

—Me gusta el peligro.

Él estacionó en un callejón oscuro, donde no parecía haber transeúntes a esas horas. Jason y Laia miraron hacia todos los sentidos, contemplando el silencio a su alrededor y la ausencia notable de personas. Ni siquiera la radio de la camioneta estaba encendida.

—No creo que haya policías—musitó la chica.

—Al diablo la policía—refunfuñó Jason, besándola.

Aquel beso, cargado de lujuria y excitación, se extendió a otras partes del cuerpo. Jason mordisqueaba el cuello de Laia, mientras ella lamía el lóbulo de la oreja del de ojos azules. Los vidrios de la camioneta, ya empañados por sus respiraciones y el calor que desprendían sus cuerpos, atestiguaban la desesperación de la pareja por sentirse mutuamente. Laia deslizó sus manos hacia el cinturón de Jason, abriendo el cierre de su pantalón poco después, en medio del baile de sus lenguas. Él comenzó a emitir leves gruñidos de placer, cuando ella comenzó a masturbarlo con sus manos; Jason supo que no aguantaría demasiado si Laia seguía mirándole de ese modo.

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