Pandemónium

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A medida que bajaban por las escaleras eléctricas del centro comercial, Jason observaba a su acompañante por el rabillo del ojo, en la búsqueda de nerviosismo o titubeo en su semblante

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A medida que bajaban por las escaleras eléctricas del centro comercial, Jason observaba a su acompañante por el rabillo del ojo, en la búsqueda de nerviosismo o titubeo en su semblante. Laia miraba al frente con serenidad, perdida en la marea de sus propios pensamientos; sin enterarse del análisis exhaustivo que Jason ejecutaba en silencio. Todos esos meses él nunca se había tomado el tiempo para cuestionarse sobre quién era ella, qué hacía allí o de dónde venía. Tan pronto como tuvo la hoja de trabajo con sus datos, se limitó a pasárselos a Matt, a la gente de administración y contabilidad; bien podría ser una agente rusa laborando de encubierto y él ni enterado ni advertido.

Conocía sobre la vida de sus empleados, menos la de ella. La chica era, en cuestión, un total misterio para Jason. Sabía detalles mínimos de su personalidad, costumbres y hábitos; pero jamás le había escuchado hablar de su vida personal, de algún familiar o cualquier cosa fuera del trabajo. Por lo que sabía, era española aunque su acento no estuviera tan marcado como el del resto. El espacio restante a rellenar sobre información importante estaba vacío.

La había subestimado, y eso le hacía ruido; le molestaba. Habría esperado que luego de saber todo eso la pobre muchacha quisiera huir del Tornasol a refugiarse con la policía apegándose a la ley, había pasado todo lo contrario; no estaba asustada ni parecía con ganas de correr. Jason estaba seguro de que él permanecía más tenso y preocupado que la chica.

— ¿Cuál es tu apellido? —preguntó él de repente, sin explicación previa. Laia le observó, dubitativa y poco emocionada.

— ¿No lo sabes? Deberías, eres mi jefe.

—Hay cosas que suelo ignorar, o que se me escapan—murmuró en modo de disculpa, oscilando la bolsa de compras hacia su otra mano—. Lo cierto es que acabo de notar que sé muy pocas cosas sobre ti, y ahora tú sabes demasiado sobre mí.

Laia resopló, escuchar a Jason preguntándole sobre su vida mientras hacía el esfuerzo de no parecer metiche o imprudente era algo tierno y curioso de atestiguar.

—Vaya, estamos en desventaja—musitó ella, burlándose.

Justo cuando se disponían a continuar la charla, alguien los interceptó cerca del pie de las escaleras. Una mujer alta, de cabello corto recto, ojos saltones y grandes pechos acompañada de un tipo regordete se atravesaron en el camino de ambos.

La reacción de Laia no se hizo esperar, ella se tensó y su columna se enderezó con brusquedad, como una espiga seca. La morena, que en su interior maldecía la ciudad y el mundo entero en ese momento, soltó el aire retenido tras convencerse de no proferir augurios oscuros en voz alta. Verla después de esos meses le revolvía el estómago con la misma intensidad que la última vez, no aguardaba por un golpe bajo así, no cuando intentaba comprender lo que estaba sucediendo a su alrededor, con Jason y el asunto de El Juego del cual ella participaba.

— ¡Prima, qué gusto verte! —exclamó la mujer, alebrestada por encima del ruido en el centro comercial, aferrándose al brazo de su marido: un hombre sumiso, subordinado a las órdenes de una mujer alfa. Era un tipo patético y Laia lo sabía muy bien. Por su parte, ella seguía altiva y atorrante, exactamente igual a sus pesadillas.

El JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora