Mi apellido es imprudencia

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Con las manos apoyadas sobre el lavabo, escuchó un ruido proveniente del exterior

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Con las manos apoyadas sobre el lavabo, escuchó un ruido proveniente del exterior. Por encima de la música, Laia identificó unos pasos aproximándose a través del pasillo y su primera resolución fue esconderse dentro de uno de los cubículos del baño de hombres. Sabiendo que desde el espejo se lograba observar por completo la serie de cubículos y que si alguien miraba hacia el espejo vería sus pies reflejados por debajo, cerró la tapa del inodoro y se trepó encima, agachada, encogida sobre la frágil pieza de plástico al mismo tiempo que un hombre ingresaba hablando por teléfono.

Entre dientes, más de una barbarie se le escapó de su boca, mientras el susodicho hablaba por teléfono, escuchó el ruido de la bragueta al bajar y el sonido característico del urinario. En aquella posición tan terriblemente incómoda, los calambres en sus piernas no tardaron en aparecer.

Apoyó ambas manos a cada lado del cubículo, forzándose a aguantar lo más posible para no ser descubierta. Por la rendija de la puerta, divisó al hombre causante de su desgracia. Era bajo, moreno y llevaba puesta una camiseta azul de franjas rojas. Después de orinar, el sujeto se dirigió al lavamanos y continuó con su llamada, apoyando el teléfono en su hombro.

—Venga, hombre. Ya te lo he dicho—prosiguió casi en un susurro con su conversación, escaneando el entorno con una mirada rápida—. Sí, joder. Es lo que me han informado y es lo que te he dicho. Al parecer han visto al Polaco en Suiza, no iba acompañado. Te lo digo por acá, no creo tener tiempo de llegar a Ibiza—comentó, secándose las manos con el pantalón, asintió—. Pues claro, seré más que cuidadoso, no quiero ser platillo de la mafia. De acuerdo, vale. Nos vemos. —Tras decir esto último, se observó en el espejo y Laia se alejó de las bisagras de la puerta, escuchándolo marcharse poco después.

¿Qué había dicho ese tipo? Estuvo a punto de comenzar a bajarse, confundida y curiosa, hasta que repentinamente alguien interceptó al hombre en la salida. La molestia se le pasó al escuchar quién habló segundos más tarde, haciéndola tambalear sobre la tapa del inodoro.

—Usted no debería estar aquí. Este es un baño privado. Solo para uso del personal administrativo del club, el letrero al comienzo del pasillo lo dice bien claro. —Era Jason; reclamándole al hombre, con voz firme y autoritaria.

Obviamente, luego del sexo desenfrenado con aquella muchacha iría al baño a asearse, ¿por qué se había escondido en el baño de hombres?

—Lo siento, no vi el letrero—fue la estúpida excusa del hombre.

Casi pudo oír a Jason bufar, haciéndose a un lado para dejar pasar al tipo. Laia se asomó por el borde de la puerta y se topó con aquella cara de pocos amigos, el ceño apretado y el pecho inflado de molestia. Miró hacia el techo, pidiéndoles auxilio a los santos para que tuvieran aunque fuera una pizca de piedad por ella y la alejaran de los problemas. Si es que acaso existían realmente los ángeles guardianes, parecía que el suyo se había ido de vacaciones hacía mucho tiempo y no planeaba regresar.

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