Señorita Caos

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—Está bien

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—Está bien.

Después de la reacción inicial y de la manera casi siniestra en la cual ella había abierto su boca formando un perfecto óvalo rosado, Jason habría apostado trescientos euros y su camioneta a que la pobre muchacha saldría corriendo de ese bar. Pero cuando la escuchó hablar, tras beberse al estilo vikingo lo que restaba del mojito, se encontraba perplejo en su silla. Ella abandonó el vaso sin contenido en la superficie de madera oscura y jadeó, intentando no arrojarse por las escaleras hacia el primer piso del club.

«Ha dicho que sí» repasó Jason consternado, aunque frente a ella permaneció inexpresivo. Luego le brindó una sonrisa.

—Debo advertirte, si no mantienes la mente abierta esta ciudad va a engullirte en cuestión de días. Espero que esa no haya sido una respuesta al azar—aseveró, aprovechando la presencia del camarero para pedirle otro trago de whisky seco.

« ¡No me digas, Nostradamuschilló Laia en su mente.

— ¿Crees que no lo sé? No me juzgues, ¿vale? He dicho que sí. Necesito el empleo, mis cuentas no se pagan solas.

—Pues no parece que lo hayas meditado demasiado.

Ella entornó sus ojos.

Sin saber por qué, las manos de Jason le picaron.

—Si sigo pensándolo moriré de hambre y en la calle. No tengo a nadie aquí, a nadie le interesa si yo me muero o desaparezco. Cuéntame sobre ese club, porque honestamente me preocupa aunque haya dicho que sí.

Él lo sabía, pero al mismo tiempo entendía su posición.

—No te preocupes por tonterías—afirmó él, tamborileando sus dedos sobre la mesa—. ¿Por qué mejor no me dices exactamente el motivo de tu sí repentino?

—No tengo dinero para terminar de pagar la renta y le debo quinientos euros a mi prima—soltó ella de pronto, animada por el ron a explicar, atropellando cada palabra—. Entre otros problemas, por ejemplo sentir que no termino de calificar para este trabajo. No tengo cuerpo de supermodelo, ¿quién se fijaría en mí? Sobre todo esos tipos acostumbrados a las mujeres altas y esbeltas. Dios mío, ¿son todos mafiosos? ¿Capos de la droga? Es completamente absurdo. Además, soy irremediablemente torpe y...yo...tengo memoria a corto plazo—asintió—. Podría meter la pata en cualquier momento.

Jason no podía creerlo, estaba conteniéndose para no pellizcarla o buscarle un espejo para poder demostrarle lo equivocada que estaba, de repente él se encontraba muerto de la risa. El camarero llegó a tiempo para entregarle el trago, antes de que él decidiera levantarse de su silla, arrastrarla pacientemente consigo y colocarla junto a la de ella sin prisa alguna. Aun con la mezcla infinita de olores que impregnaba el club, entre ellos el del humo de tabaco, Laia logró olisquear su perfume en el momento en que se inclinó hacia ella. Siempre se había preguntado cómo los hombres elegían sus perfumes, y de qué modo podían sentarles a la perfección sin esmerarse en el intento.

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