El Obsequio

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A veces era Sandra, a veces Lola, a veces Amanda...entre otros nombres asignados a cada estilo que se le ocurría. Todas las noches simbolizaban un reto, una nueva identidad, una nueva historia por contar. Y aunque se había vuelto diestra al evadir las preguntas de los curiosos redirigiéndolas hacia su objetivo, Laia siempre solía imaginarse cómo pensaría cada una de ellas por separado.

Sandra era una pelirroja fogosa, extrovertida y enérgica que trabajaba en una tienda en Sol. Lola era lo opuesto a ella; recatada pero llamativa, de cabello oscuro y largo. Amanda, la rubia, prefería siempre ser el alma de la fiesta y no creía en los amigos con derecho, era muy directa y honesta desde el principio. Con el transcurso del tiempo, Laia descubrió que inventar esas vidas no era solo su trabajo sino también un juego adictivo nada común, del cual participaban por igual sus compañeras; cada una de ellas tenía sus propias historias. La poca iluminación y los grados de alcohol o drogas consumidos por los hombres en el club, aunados al vestuario y las pelucas, contribuían a que nadie las reconociera como la misma persona.

Las chicas acordaron llegar al club a las seis de la tarde, contribuyendo en la limpieza posterior al aniversario junto a la compañía de limpieza. Laia barría el suelo del club, cuando algo para lo que no estaba preparada sucedió.

Una morena escultural, de cabello negro hasta los glúteos se quitó los lentes de sol y les sonrió, apareciendo tras Daniel, quien se hizo a un lado. De inmediato, el ambiente en todo el lugar se volvió pesado. Matt parpadeó varias veces, secando una copa de Martini. Rudy puso los ojos en blanco y tanto Pilar como Monique adoptaron una expresión de consternación. Laia no tenía expresión alguna. Sin embargo; por dentro estaba lanzándose desde el balcón del club.

La reconoció al instante, era la chica con la que había visto a Jason en la oficina.

Jamás podría olvidar ese pelo extenso y esas curvas voluptuosas. Era una chica increíblemente hermosa y alta, de piernas bronceadas y torneadas con largas pestañas destacando sus intensos ojos marrones. Todavía podía escuchar sus escandalosos gemidos en su mente en el momento en que habló frente a ellos.

—Hola chicas, chicos—saludó—. Estoy algo apurada, ¿no ha llegado el señor Bradley?

Pilar se puso de pie y le saludó con un beso en cada mejilla. Rudy se torció en su asiento y se fue caminando con silbidos melodiosos hacia el camerino. Se podía escuchar a lo lejos el sonido de la máquina que limpiaba el agua de la piscina en la terraza.

—Aún no, ¿todo bien? ¿Cómo has estado? —preguntó Pilar.

La morena echó su lustroso cabello hacia atrás.

—Pues bien, luego de que me despidieran tuve otras oportunidades—alegó, alzando la barbilla. Se tomó el tiempo para bambolear sus caderas y sentarse en uno de los taburetes —. Solo pasé un ratito a ver al señor Bradley, quisiera la parte restante del pago, Matt... ¿Podrías recordárselo, por favor?

En su memoria la situación hizo clic. Esa era la chica que habían despedido, de la cual las muchachas le habían comentado. Ninguna conocía el motivo por el cual la habían despedido. Ellas no sabían la parte de la historia que Laia había descubierto por imprudente. Matt asintió hacia ella con una sonrisa y le sirvió una copa de vino. Pilar buscaba su móvil enchufado al otro lado de la barra, por ende, ella y Laia se quedaron solas a pocos metros de distancia.

La mujer levantó su copa de vino y la miró de reojo, haciendo uso de la superficie giratoria para quedar con las rodillas apuntando hacia ella. Laia, estando en suéter y mono deportivo, se sintió inmediatamente inferior ante esos Louboutins imponentes, aquella actitud de dueña y señora del universo rezumaba sin cesar. Pensar en ello la hizo creer por un momento que de hecho estaba creyendo ser algo que no era, algo que esa mujer definitivamente sí era.

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