Una noche en el Tornasol-Parte II

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Jason había visto la escena completa. Desde su tórrido inicio, hasta el final húmedo y manchado de labial que esos dos habían marcado entretanto los demás disfrutaban de aquello cual si fuera el inicio de una película porno. De tantas cosas que pudo haberse imaginado de aquella chica, jamás habría pensado verle meter su lengua en la boca de un hombre de aquella manera tan...explosiva. Sus sentidos le alertaron de una posibilidad, fue entonces cuando alcanzó a ver a Rudy al otro lado de la barra, con la sonrisa de travesura que tanto él conocía y por la cual habían tenido tantos problemas. «Así que es eso, Laia. Caíste en el juego de iniciación de Rudy» tenía que admitir que no se lo esperaba.

Se acercó a la parejita de la noche y Laia lo vio dando lánguidos pasos mientras acomodaba los botones de la manga de su camisa. Ella atravesaba esa situación por la cual, en las caricaturas, el espíritu de los personajes se les salía del cuerpo del susto, y esto en vez de producirle gracia la identificó. Tal era el nivel de espanto de la pobre que no podía moverse, ni articular una sola palabra. Michael, por otro lado, mostró en el semblante un gesto de fastidio al notar su presencia.

— ¿Interrumpo algo? —preguntó Jason hacia ella, alzando la voz por encima del ruido de la música bailable. Introdujo las manos en los bolsillos de su pantalón y aguardó por una respuesta.

Esa mirada...joder, ella estaba perdida y nadie sería capaz de rescatarla.

—No, de hecho te estuve esperando—explicó Michael, apartándose de Laia.

Jason le observó despectivamente, frunciendo los labios.

—Detective Collins, me extraña verlo por acá nuevamente.

«¿¡Detective?! ¿Un maldito detective?» la voz de la consciencia de Laia se había convertido en un ruido estridente « ¿Qué diablos?».

—Necesitamos hablar—añadió Michael.

—Bien—respondió Jason alzando la barbilla—. Vamos a mi oficina—Y entonces, volvió a mirar a Laia—. También necesito que vengas.

Eso a Michael se le hizo extraño.

— ¿Se puede saber por qué ella tiene que venir? —cuestionó.

Frente a ellos, Jason suspiró.

—Ella está jugando. —Él habló, con énfasis en la última palabra, acercándose despacio hacia Michael.

De pronto, el entendimiento resplandeció en el rostro del castaño y la confusión se desvaneció, dando paso a la indignación. Sus labios quedaron entreabiertos, arrugó la frente y sacudió la cabeza, consternado. Jason se posó al lado de Laia y la tomó con una sutileza engañosa por la cintura, conduciéndolos a ambos hacia la oficina del mismo modo que llevaría un granjero a sus cerdos al matadero.

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