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Había llegado tarde una vez más a su clase de karate, no podía —o no quería— imaginarse la cara de su sensei cuando lo viera llegar

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Había llegado tarde una vez más a su clase de karate, no podía —o no quería— imaginarse la cara de su sensei cuando lo viera llegar. Ya era tarde, por lo que solo alcanzaría a ofrecer una disculpa y la excusa por la cual no pudo llegar.

El gimnasio estaba vacío, al igual que todo el local, cuando llegó al lugar de práctica, tampoco vio a ningún alumno. Excepto a Aleksandr, sobrino de su sensei. No estaba seguro de que fueran parientes, su sensei era oriental, este chico más bien parecía europeo.

Realizaba ejercicios de estiramiento lentos, con los ojos cerrados y una expresión de concentración que hizo que se quedara a un lado esperando a que terminara. El muchacho estaba de espaldas, su keikogi estaba abierto por delante, sujetado vagamente por su cinturón negro. Jensen se mordió el labio inconscientemente, imaginando el cuerpazo que se mandaba Alek debajo de todo aquello.

Estuvo como diez minutos así, hasta que Aleksandr paró de repente para darse la vuelta y mirarlo. Sus ojos azules eran capaces de intimidar a cualquiera, menos a él, quien carecía por completo del sentido de la vergüenza, aunque a veces fingía para fines prácticos.

—Buenas noches, renshi —saludó con una reverencia que Aleksandr imitó, el muchacho no era de ablar demasiado—. ¿Se encuentra Hirano-sensei?

—Hoy no, está enfermo y debe guardar reposo como por una semana.

Se permitió soltar un suspiro de alivio.

—Bien, dile que espero que se recupere pronto. Y que no pude venir porque...

—Tu mamá llamó, ya nos lo dijo. —Jen frunció el ceño—. Quería que igual entrenaras. Conmigo.

Gracias mamá, te mereces el cielo.

—Okay... —Fingió estar sorprendido—. Voy a cambiarme y vengo.

Cuando volvió, Alek estaba sentado sobre el área con las piernas cruzadas, mirando un punto fijo en la pared opuesta. Se paró frente a él, y cuando su Renshi se irguió, pudo notar mejor la diferencia de altura.

—Vamos a calentar.

Vaya que sí.

Hicieron juntos la rutina antes de empezar para pasar luego al entrenamiento. Aleksandr era exigente, casi como su sensei, tenía permanentemente el ceño fruncido y no se le escapaba ninguno de sus movimientos erróneos.

Nunca le decía qué hacía bien o mal, solo le hacía repetir hasta que él mismo se diera cuenta dónde estaba flojo. Al comenzar a luchar juntos fue que se dio cuenta de que no podría parar.

Las primeras gotas de sudor comenzaron a caer por su frente, al igual que Aleksandr. El roce de sus cuerpos, aunque violento y bruto, tenía algo erótico en sí. Sumándole los suspiros por parte del otro y el calor que comenzaba a hacer, no pudo evitar tener una erección.

Yuanfen 缘份Donde viven las historias. Descúbrelo ahora