Capítulo 1

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—¡Ring!—Sonó el timbre

Miré por la rendija y abrí la puerta, era mi hermana.

—Hola Eme

—Hola Ari—dijo Mia, mientras entraba sin permiso—No vengo sola... Necesito que veas a alguien, sabés que no te pediría ayuda si no fuese algo importante en mi investigación.

¡Qué fastidio! pensé, Ella sabe muy bien que por el momento no atiendo personas, que perdí la motivación de ayudar. Aunque mí hermana lo es todo para mí, así que decidí darle una oportunidad:

—Que pase, ¿De qué trata el caso?

—No te adelantes, quiero que hables con ella.

Entró una mujer devastada, el pelo seco, los ojos rojos del llanto y llena de arrugas, más de las que debería tener una persona de su edad. Al verla sentí una conexión, teníamos algo en común.

—Pasemos—dije mientras señalaba la puerta del estudio

La habitación me sorprendió, no entraba desde que falleció mi abuela. Esta había sido su casa y ahora, desde la herencia, mía. El estudio está a cinco metros de la puerta de entrada, tiene manchas de humedad en todas las paredes y la pintura ya no es blanca. Hay un escritorio en el medio, un reloj a cuerda, junto a mi título de licenciado en física colgado en la pared, un tocadiscos y un espejo detrás de la puerta. Este también había sido el lugar donde mi abuela atendía a sus clientes y les tiraba las cartas. Aquí aprendí a utilizar mi don.

Cuando todos estuvimos sentados, vi en los ojos de la mujer un chico asustado, no mayor de diez años. No estaba preparado para lo que iba a escuchar y preferí decir:

—¿Qué tal, señora? Mi nombre es Aaron Martínez, quisiera que empiece por presentarse y comentarme por qué se encuentra aquí.

—M-mi no-nombre es María, le pido por favor me ayude, estoy muy asustada, mi hijo, es muy chico. Él me necesita. — dijo la señora

—Mia, no entiendo en que puedo ayudarles. La policía de investigaciones sos vos

—Ari, por favor, escuchá lo que tiene para decir.

A mi pesar le pedí que continúe.

—M-mi hijo se llama Nicolás, desapareció hace tres días. Estoy aquí señor Aaron, porque su hermana me dijo que usted ve cosas que nadie más ve. Ella es la encargada de la investigación y cuando le conté la historia, no dudo en traerme.

—Siga señora—dije al ver que estaba a punto de quebrarse

— Perdón, me cuesta hablar del tema, la gente va a pensar que estoy loca. Mi hijo, unos días antes de desaparecer, me comentó que un señor en el Club le preguntó si quería conocer un parque de diversiones. Nicolás se negó, sabe muy bien que no tiene que ir con extraños. Lo que pasó a partir de ese día fue muy raro... Nicolás no dejó de tener pesadillas sobre un laberinto de árboles, con un parque de diversiones y un circo de fondo.

—Tranquila—dije y me levanté—Le traigo un vaso de agua

Utilicé el momento para respirar. La experiencia de los nueve años me volvió y se me secó la garganta. Cuando regresé con el vaso de agua, la mujer lloraba, mientras mi hermana le decía que yo iba a poder ayudarla. No sé qué pensará Mia, no me creía listo para volver a estar en ese lugar.

—Señora aquí tiene

Me agradeció y tomó sin parar hasta dejarlo vacío. Acto seguido volvió al relato:

—Nicolás tenía esos sueños, pero yo pensaba que eran sueños nada más y que tenía que ver con todo eso que le había dicho que podía pasarle si se iba con ese hombre mal intencionado. No entiendo la importancia de las pesadillas, pero cuando se lo conté a Mia, ella me dijo que tenía que contárselo a usted señor Aaron. ¿Me va a ayudar?

Mi cabeza se nubló, la pregunta correcta no era esa, sino ¿Vas a volver al Club?, ¿Vas a enfrentar lo que sea que hay allí?. Tenía que saber algunos detalles más antes de tomar la decisión, pero conocía la respuesta a cada pregunta.

Le pedí a María que me dejara a solas con mi hermana unos minutos, que cuando terminara con ella la llamaría, le haría unas preguntas más y luego podría irse. María salió y cuando quedamos a solas, Mia me miró con esa cara que solo ella puede poner para convencerme de que ayude a María. Sabe muy bien que ya no voy a decirle que no, pero también sabe todo lo que pasé luego de la experiencia vivida aquella noche.

—¿Por qué ahora Eme? Ya lo había olvidado...

—Quizás no tenías que olvidar, quizás es momento que superes esto y hagas algo con el don que heredaste de la abuela

—No quiero volver, no quiero recordar, ni tampoco quiero este don

—La vida no esta hecha para hacer lo que queramos, si no lo que debemos. Ya tuvimos esta charla, sabés que te voy a acompañar, soy tu hermana, no voy a dejarte solo.

No estaba seguro de si en verdad ella iba a poder acompañarme al laberinto, ese lugar es algo más que un sueño infantil o la imaginación de un chico perdido. Me limité a asentir y le pedí cinco minutos a solas para poder meditar el asunto, le dije que cuando estuviera listo las iba a llamar a las dos.

Al quedarme solo pensé en escaparme o gritarles que se fueran, pero no sería algo propio de una persona adulta. Me puse a mirar la habitación donde mi abuela me había enseñado a leer las cartas. Ella me había explicado que el tarot es, antes que nada, la energía de la persona canalizada a través de las cartas y que la videncia es algo que nosotros manejamos a partir de esta energía. La persona pregunta y agarra la cantidad de cartas que nosotros le pidamos, pero es su energía la que las elige y la que nos deja ver.

Me detuve en una mancha de humedad que me asustaba cuando era chico, recuerdo haberle pedido a mi abuela que la sacara y ella me explicó que la habitación no debía pintarse, que tenía que tener el aspecto que las energías quisieran, por eso es el único lugar de la casa con humedad.

Me di cuenta que tenía que tomar una decisión y vivir con lo que le dijera a esta mujer. Si no la ayudaba, iba a tener que cargar con la muerte de un chico, y si la ayudaba, cargar con la experiencia de lo que iba a vivir. Respiré profundo y las hice pasar, sabía lo que tenía que preguntar.

—María, te voy a hacer algunas preguntas y necesito que seas sincera

—Sí, por supuesto

—¿Cómo fueron las circunstancias de la desaparición de Nicolás?

—Él volvía de juntarse con sus amigos, me había avisado que venía con dos de ellos de regreso. Acompañó al último y luego no se supo más de él. El amigo vive a cuatro cuadras de nuestra casa y no pudimos encontrarlo por ningún lado.

—¿Usted vive cerca del Club?

—Si, a diez minutos caminando

—Señora, permítame decirle que la voy a ayudar. No sé donde está su hijo, pero si puedo ver que todavía está con vida. No sé qué es lo que le pasó, pero hay una última pregunta que debo hacerle... ¿Qué edad tiene su hijo?

—Nueve

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