Capítulo 10

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Había pasado un año desde que Mia había aparecido con Nicolás en la Iglesia de El Paso, doce largos meses sin tener indicios de la bruja colorada que mi hermana había enfrentado. Yo pasé todo ese tiempo entrenando con el Padre José, aprendí tácticas de combate con diferentes armas de plata, también teorías útiles sobre todas las criaturas que estaban en los libros del Padre y, por último, decidí renunciar a mi puesto de profesor en la Universidad.

Se podía decir que todo había estado bastante tranquilo, salvo por algunos pequeños casos que tuvimos que investigar Mia, el Padre José y yo. Nada muy complicado. No habían desaparecido más chicos de nueve años, y yo había dejado de soñar con el Club y la entidad. Se podría decir que de a poco todo volvía a la normalidad, María había vuelto con su hijo a vivir a su casa y Mia se había mudado con Tomás.

En mi casa habíamos formado un estudio de investigaciones paranormales, de vez en cuando la gente se presentaba de manera inesperada para traer algún chisme extraño o consultar por algo que les había pasado y que no suele verse todos los días. Nosotros poníamos prioridades y aceptábamos los casos más interesantes. En dos ocasiones, nos llamaron por teléfono desde lugares más lejanos, una vez desde el pueblo de Tomás Jofré en la Provincia de Buenos Aires y la otra desde Madrid. En ambos casos terminamos por rechazarlos, no nos considerábamos con la capacidad de viajar como expertos. El Padre José quiso ir al menos a Tomás Jofré, pero con Mia coincidimos en que todavía nos quedaba mucho por recorrer.

En relación con el caso del Club, el más preocupado de los tres era el Padre, el tema de encontrar a la bruja tocaba un recuerdo de su infancia y lo hacía ponerse más nervioso de lo tolerable. Hasta la fecha, habíamos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance: Seguimos las recomendaciones que él nos dio, buscamos en las cámaras de seguridad de la ciudad, interrogamos a Nicolás miles de veces y nada nos daba una mínima pista de cómo continuar. Solo visitábamos con frecuencia a Alexandre Dumont, él había arriesgado su vida para ayudarnos.

Cuando sonó el timbre yo me encontraba en el cuarto donde atendíamos a los clientes. Era Mia que venía con Tomás a buscarme para que fuéramos otra vez a visitar al viejo presentador de circo. Los había esperado durante horas y ya no sabía que hacer para matar el tiempo. Cuando escuche que habían llegado tuve que calmarme para que no se notara que estaba ansioso detrás de la puerta. Abrí y dije:

—¡Hola chicos! Ya les iba a decir que iba a armar otro plan, se está haciendo tarde...—Mia me miraba con cara de preocupación, no se creía mi mentira. Unos días atrás ya habíamos tenido una charla donde ella me decía lo preocupada que estaba por el hecho de que yo no me relacionara con nadie más.

—Hola Ari—dijo Tomás y me dio un abrazo

Mia me tocó la cara y puso una sonrisa fría, creo que de verdad estaba preocupada. Pasamos todos a la cocina y les serví un vaso de agua.

—Bueno, por qué no vamos... Es un viaje un poco largo y no quiero volver de noche—dije incómodo

—Vamos, dale. Tomás, ¿Querés ir yendo a prender el auto? Tengo algo que hablar un segundo con mi hermano...

—Sí, sí. Los espero en el auto

Cuando Tomás cerró la puerta vi la que se venía, Mia no era una persona muy suave para decir las cosas, además de que siempre usaba la misma frase: "La verdad duele, pero las heridas se curan".

—Aaron, no quiero que vuelvas a inventar cualquier pavada para que yo piense que estás tratando de cambiar tu forma de vida. Yo te dije que me preocupaba por vos y lo único que hacés es mentirme constantemente para que piense que cambiaste. Cuando entiendas que al que te estás mintiendo es a vos mismo, vas a entender qué es lo que trato de decirte.

La Cosa del ClubDonde viven las historias. Descúbrelo ahora