Capítulo 6

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Viajábamos en el auto luego de haber dormido unas cinco horas que poco nos habían renovado. Después del encuentro con Alexandre, Aaron se quedó en mi casa para poder salir lo más temprano posible. El caso avanzaba rápido y no podíamos perder tiempo. Mi hermano todavía seguía raro, no dejaba de repetir que había un patrón en las fechas de las desapariciones y que teníamos que descubrirlo.

Por lo pronto, nos teníamos que enfocar en la pista más prometedora que teníamos: Sven Kuldesen. Nos dirigíamos al Manicomio Nuevo Comienzo mientras pensábamos cómo le íbamos a extraer información relevante a un loco. Llegamos a la conclusión de que tendríamos que tomar con pinzas lo que nos dijera y detectar las cosas que fueran importantes.

Estacionamos el auto en la puerta del edificio y una vez adentro, preguntamos en la recepción por nuestro testigo. La recepcionista se sorprendió y dijo que no había ningún paciente con ese nombre. Nosotros insistimos, intentamos proporcionarle la poca información que teníamos sobre él. La señorita se limitó a buscar en su computadora, minutos después llamó por teléfono y luego volvió a teclear.

—Lo lamento mucho, no hay ningún Sven Kuldesen registrado. Llamé por teléfono a mi jefe y me dijo que nunca hubo nadie en esta clínica registrado bajo ese nombre.

—No puede ser, tenemos información muy confiable de que está acá—dije mientras pensaba que Alexandre nos había mentido.

La recepcionista volvió a levantar el teléfono y mientras hablaba aproveché para sacar mi placa. La apoyé con sutileza sobre el escritorio y le dije que estábamos en una investigación importante. Ella colgó de inmediato y me miró asustada.

—Perdón... No sabía que eras policía. Llamé de nuevo a mi jefe porque recordé que uno de nuestros pacientes más antiguos, cuando llegó, no tenía documentos y nunca dijo ni una palabra, le decimos "El Mudo". Yo ni siquiera trabajaba acá cuando ingresó. Es una especie de mito en la clínica, no se si es a quien buscan, pero puedo hacer que los acompañen hasta su habitación.

—Sería de mucha ayuda, muchas gracias—dije mientras guardaba mi placa.

La recepcionista llamó a un enfermero, le dio algunas indicaciones y nos pidió que lo siguiéramos. Cuando empezamos a caminar por el lugar, me di cuenta que la mayoría de los pacientes tenían cerrada con llave la puerta de su dormitorio. Me llamó la atención porque creí que en este horario podían caminar por los pasillos y usar las instalaciones, o por lo menos había sido así en los lugares en que había estado internado mi abuelo.

Bajamos dos pisos y llegamos a una especie de subsuelo, el enfermero nos comentó que las habitaciones que habíamos visto en el camino pertenecían a pacientes incapaces de convivir en armonía, por eso los tenían encerrados. Pero en este caso, el paciente que íbamos a ver, no era agresivo, todo lo contrario, estaba siempre tranquilo y en su mundo. Nos dejó enfrente de la puerta de la habitación y preguntó si sabíamos volver a la recepción. Asentimos y entramos al cuarto.

El lugar tenía las paredes forradas con una tela acolchada de color blanco, una lámpara con la luz encendida colgaba del techo y había una foto apoyada sobre una mesa que se encontraba en la esquina del cuarto. De espaldas a la puerta, sentado en una silla de madera, había un hombre muy mayor, casi calvo, que miraba de forma constante la foto.

Cuando el paciente sintió nuestra presencia, dio vuelta la foto hacia abajo y agachó la cabeza. Acto seguido empezó a reírse, una risa que no era cómica, sino perversa. Nosotros nos acercamos y dimos vuelta la silla, cuando nos miró a la cara pude ver maldad, mucha maldad. No podía explicarlo, sólo supe que nada que saliera de él podía ser bueno para el mundo.

Aaron dio unos pasos hacia atrás y se pegó a la puerta. El viejo lo miró y dijo con un acento muy marcado:

—Miren quienes están acá... Ustedes son especiales, sí, sí, lo puedo notar...

—¿De qué hablás? ¿Vos sos Sven Kuldesen?—dije descolocada.

—No, ese honor ya no me pertenece. Ahora voy errático, ni siquiera debería respirar, pero Sven Kuldesen no fue lo suficientemente fuerte. No estaba listo.

Nos miramos con Aaron sin entender una palabra de lo que decía, pero había algo que era innegable: Sven Kuldesen había sido este hombre cuando estaba cuerdo o al menos lo había conocido en el pasado.

Mi hermano empezó a acercarse, a prestarle atención a las facciones de su cara, podía darme cuenta de que notaba algo que yo no. Pasaron unos minutos y el señor no había vuelto a hablar, entonces hice lo que mejor me sale, interrogarlo:

—¿Podría decirnos su nombre por favor?

El anciano no movía un músculo, miraba un horizonte imaginario y no parpadeaba. Estaba en trance. Aaron en un susurro me dijo:

—Acercate, tocalo... Tocalo y pedile que te cuente lo que vos quieras saber.

—¡Para! ¿Estás loco? ¿Por qué yo? Tocalo vos. No me digas que vamos a jugar al policía bueno y al policía malo.

Aaron se limitó a mirarme como si yo tuviese algún tipo de problema auditivo. Es cierto que cuando mi hermano dice estas cosas, suele tener razón, por la intuición y ese don que tiene. Hice lo que me pidió, me puse a la derecha del viejo, apoyé mi mano en su hombro y le dije:

—Cuéntenos quién es y qué relación tiene usted con el circo.

Al terminar de decir estas palabras sentí un escalofrío que recorrió mi columna vertebral, desde la cabeza hasta el final de la espalda y luego fluyó por mi brazo hasta el hombro del supuesto Sven Kuldesen. Al instante el viejo empezó a hablar:

—No tengo nombre, eso ya no importa. Una vez fui Sven Kuldesen, cumplí con honor la tarea que mi padre me heredó, la tarea que él heredó de su padre, que mi abuelo heredó de su padre y así de generación en generación durante ochocientos años. Ahora Sven Kuldesen es mi hijo. Creamos el circo cuando mi padre descubrió que la caja no podía seguir en la cueva, necesitaba encontrar un nuevo lugar para descansar, un lugar donde pudiera sentirse a gusto. Había estado en esa cueva muchos años, ya no quedaba energía para absorber. Viajamos por el mundo buscando y buscando, ningún lugar parecía satisfacerlo, el señor es muy sabio. Cuando llegamos a El Paso, él se sintió a gusto, mi padre ya me había heredado el honor de ser Sven Kuldesen y era hora de que lo heredara mi hijo. Sólo faltaba conseguir los elementos para hacer el traspaso. Cuando la tarea fue terminada, ya no necesitábamos el circo, así que lo disolví.

No entendíamos ni la mitad de lo que había dicho el viejo, pero seguía sorprendida por la sensación que había tenido al tocarle el hombro y pedirle que hable, yo también tenía algo especial. Ya había tiempo para pensar en eso, algo me decía que debía tocarle la frente, que le preguntara sobre su herencia y sobre qué era lo que su familia cuidaba hace más de ocho siglos. Continue entonces con mi interrogatorio y él respondió:

—Hace más de ochocientos años, el primer Sven Kuldesen fue mi antepasado Enar, él encontró una cueva en una montaña al sur de Noruega y en ella una caja. Hizo un pacto de protección que debía ser respetado y heredado de generación en generación. Nos hizo fuertes y saludables, más fuertes que cualquier ser humano y destinados a vivir muchos años mientras que fuéramos Sven Kuldesen. Hace doscientos años que la caja abandonó la cueva y hace más de setenta que está en El Paso. Eso es todo, por más de que utilices tus trucos, el pacto es más poderoso y nunca voy a revelar la identidad de mi Maestro. Él solo necesita un ingrediente, uno más y el ritual estará terminado... Te necesita—dijo el antiguo Sven Kuldesen y señaló a Aaron.

Aaron se acercó un poco más a la silla y me dijo que llamara al enfermero; acto seguido, el viejo dejó de respirar. No teníamos nada para continuar la investigación, nada que uniera su historia a Nicolás o los chicos. Me sentía inútil y además nuestra fuente de información más importante había muerto frente a nosotros. No tenía idea de como íbamos a seguir adelante.

—Sólo nos queda una cosa por hacer ¿Este viejo no te hizo acordar a alguien?—dijo Aaron pensativo.

Algo dentro mío se acomodó y la ficha encastró. Solo había una manera de probarlo, me encaminé a la mesa donde estaba la foto dada vuelta y la miré. Era la foto de su hijo, no entendí como no me había dado cuenta antes, lo conocíamos y sabíamos dónde encontrarlo. Era el encargado del Club, ahora sabíamos quién era Sven Kuldesen.

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