Capítulo 3

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Salí del aula mientras me ponía auriculares. Se escuchaba Bohemian Rhapsody de Queen, este mes tocaba rock de los '70. Crucé la puerta principal de la Universidad y descendí por la escalinata, cuando llegue a mi moto encontré a mi hermana apoyada sobre ella.

—Eme, quedamos en encontrarnos a las dos en casa ¿Qué hacés acá?—dije molesto

—Tenía miedo que te escaparas, además siempre me gustó que me llevaras en la moto.

—Subí, comemos en el bar de pasada y vamos al Club.

Encendí mi moto, esperé que subiera y nos dirigimos a "El Guardian". De camino, sentí que no había tomado la decisión correcta, no entendía por qué había dicho que sí a tantas cosas en menos de veinticuatro horas.

Cuando llegamos estacioné y entramos al bar. El lugar estaba igual que siempre: La vieja barra de madera, el infaltable cartel "Hoy no se fía, mañana sí", las mesas ubicadas sin intención de optimizar espacio y Tomás, el dueño, con el delantal blanco y la frase carpe diem a la altura del pecho.

—Hola Tommy, lo de siempre, estamos un poco apurados—dije rápido.

—Hola chicos, siéntense que ya les marcho la comida.

Toda mi vida comí en "El Guardian", una costumbre de familia. Cuando era chico lo atendía el abuelo de Tomás, y nos hacía, a Mia y a mí, todo un plato de caritas felices de papa. A los pocos años, pasó a ser responsabilidad del padre de Tomás, que le dio al lugar algo de vida nocturna y, en los últimos años, Tomás se hizo cargo de la empresa familiar e incluso abrió otro local sobre la ruta.

—Ari, hablemos de cómo vamos a manejarnos cuando estemos en el Club.

—Sí, dale ¿Cuál es tu plan?

—Creo que lo mejor es entrar con nuestros carnets y buscar por separados cualquier cosa que no encaje—dijo Mia pensativa—Aunque si no querés estar solo, podemos ir juntos.

Analicé la situación rápido y decidí asentir, no quería estar solo en ese lugar, pero prefería dividirme las tareas con Eme y que fuéramos una sola vez, a tener que ir más veces por recorrerlo juntos.

—Está bien, vos anda por la zona de la pileta, ahí siempre está lleno de chicos. Yo voy a ir por la zona del fondo, donde está el sector de mantenimiento—dije mientras llegaba la comida.

—Acá tienen sus hamburguesas con cheddar, panceta y barbacoa, junto a sus cocas regulares. Disfruten chicos, cualquier cosa me avisan—dijo Tomás con una sonrisa.

—Gracias Tom, siempre tan atento—dijo Mia.

Pude jurar que se ponía colorado, pero no tenía la cabeza despejada como para prestarle atención. Cuando Tomás se alejó, Mia me miró para decir:

—Me parece un buen plan ¿Vos estás bien con esto?

—Sí... Pero desde que me levanté esta mañana para dar clases, no tuve ninguna visión ni percepción. No es normal.

—¿Pasó algo que yo no sepa?—dijo Mia seria.

La puse al corriente de todo lo que había pasado la noche anterior con Victoria y su familia, también de la aparición del padre José y la charla. Mientras hablaba notaba que su cara pasaba de atención a preocupación y duda. Evité contarle la parte de que, sea lo que fuera que me había tocado el hombro, todavía me esperaba en el Club.

Terminamos de comer, pagamos la cuenta con propina, saludamos a Tomás y salimos. Otra vez arriba de la moto me fue imposible no acelerar. El viaje me hacía entrar en un cierto estado inconsciente, flashes de calles, casas y locales, mientras mi cabeza trataba de entender lo que estaba por pasar.

Una vez que llegamos al Club, nos dividimos según el plan y recorrí el camino principal que lleva al restaurante. Hacía años que no caminaba el sendero, dieciséis para ser preciso. Después de bordear la casona principal, me dirigí al sector de deportes. No había mucha gente, profesores que daban clases de distintos deportes, alguna que otra familia que disfrutaba de un rato libre y los de mantenimiento que cortaban el pasto. Nada parecía extraño, nadie solo o con actitud sospechosa, esperaba que Mia hubiera tenido más suerte.

Al ver que pasaba el tiempo y no podía encontrar nada que sumara a la investigación, decidí irme hacía el fondo y chequear la zona de los vestuarios. Justo detrás de ellos estaba la despensa y la sala de reparaciones.

De camino me cruce a varios empleados, todos caminaban rápido, como si quisieran salir con urgencia de la zona. Me pareció llamativo y pensé que quizás había llegado al lugar correcto. Al recorrer el vestuario de hombres, un señor que limpiaba el piso también parecía apurado, entonces me animé a preguntarle:

—Disculpe, señor ¿Por qué están todos tan apurados?

—Es la hora muchacho, nadie se quiere quedar después que se pone el sol.

—¿Pasa algo a la noche?—dije actuando una cara de asombro.

—Mejor volvé a tu casa y disfrutá del Club de día.

—Por favor, cuénteme qué pasa, los veo a todos los empleados a las apuradas. Soy solo una persona curiosa, le prometo que voy a seguir viniendo.

El señor me miraba como si calculara mi reacción y al mismo tiempo pensaba si valía la pena decirme algo.

—Vas a pensar que estoy loco... Pero se escuchan voces, te llaman...

—No puedo creerlo... ¿Usted cree en esas cosas? ¿Está seguro?

—Perdón, tengo que terminar de limpiar antes de irme. No tengo tiempo para esto.

Pedí disculpas y salí del vestuario, ya tenía la primera pista. Más allá de lo que me había sucedido a mí, que personas menos perceptivas escucharan voces, hacía notar que la entidad que dominaba estas tierras era aún muy influyente.

Al volver sobre mis pasos, me cruce con el encargado y me frené en seco. Conocía a ese señor, pero no podía ser, había algo que no encajaba. Me di vuelta para hablarle y lo vi darle ordenes al resto de los empleados. Era imposible, debía ser alguien parecido, no quien yo creí.

Seguí con el plan y me junté con Mia en el Restaurante, ella no había conseguido nada: ningún extraño, ningún niño solo o ninguna cosa fuera de lo normal para un Club familiar. Le conté lo que había sucedido en el vestuario y del cambio de actitud repentino del señor que limpiaba.

Habían pasado varias horas y creímos que era momento de volver a casa para discutir cómo seguiríamos con la investigación. Habíamos pasado casi todo el día en el recorrido y no teníamos nada sólido sobre donde estaba Nicolás o como estaba. Para colmo, no podía ni siquiera ver si seguía vivo. No había logrado en todo el día tener un mínimo de percepción con nada ni nadie.

Caminábamos de regreso por el sendero principal cuando de pronto nos cruzamos al encargado que yo había creído reconocer. Mia se quedó helada, una de sus virtudes es que nunca olvida una cara, gran ayuda para su trabajo. Le pregunté qué le pasaba y ella decidió hacer silencio, me señaló al encargado y movió los labios diciendo: "después".

Llegamos a casa, hice dos tazas de té y nos sentamos en la cocina a charlar, en todo el viaje no había dejado de pensar en que si a ella le había llamado la atención el encargado, no era una locura pensar que yo también lo conocía, aunque no estuviera muy seguro.

—¿Quién era ese hombre?—dije

—Es el mismo encargado que trabajaba en el Club hace dieciséis años. El que siempre nos pedía que nos fuésemos al atardecer. Vos siempre decías que era muy joven para el puesto.

—¿Tanto misterio por eso?

—Es que tiene el mismo aspecto Ari, no envejeció.

La Cosa del ClubDonde viven las historias. Descúbrelo ahora