XXVIII

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Solo bastó que lo apartara. Parecía ser que el arrepentimiento no surtía efecto en él.

Si un día lloraba por un pecado, al día siguiente estaría pidiendo más, simplemente esperando que pidiendo perdón, sus problemas se resolvieran.

Y cada noche pedía más, dispuesto a derramar las lagrimas que fueran necesarias, pero allá al día siguiente por la mañana, cuando todo lo que sucedió antes pudiera fácilmente confundirse con un sueño lujurioso o una pesadilla cruel.

Sin embargo, eso no podía continuar así. Fue entonces que después de esa mano sobre su pecho desnudo, de aquel un empujón cuidadoso, de ese "no quiero hacerlo"; después de todo eso, fue que el hombre perdió los cabales.

Ella sabía que no era furia, sino dolor. Lo único que él deseaba era saciar su sed de compañía, porque siempre y cuando casi pensó que sería eternamente, tuvo que esconder bajo su sonrisa la oscura soledad en la que se había sumergido por todos esos años y que tanto detestaba. Esto no quería decir que lo perdonara, simplemente lo comprendía.

Y España, ese rechazo... No, no lo toleraba, no quería aceptar no ser aceptado. Como si la negación se tratara de una pesadilla, la reprimiría, la aislaría... la castigaría.

¿Hace cuánto que no la había hecho volver al sótano? No lo recordaba, el tiempo en su cabeza cursaba de una forma diferente. Odiaba contar los días, cada vez se hacían más largos.

Observó sus muñecas, sus tobillos. Libres de cualquier herida, moretón. Limpia de sangre.

¿Podría ser...? No, no estaba bien del todo y quizás jamás volvería a estarlo. Sus manos no podían mantenerse quietas; tenerlo a su lado le daba una terrible impotencia que no la dejaba desobedecer, no la dejaba negarse, no la dejaba moverse a donde él no deseara.

Tan oscuro, tan sucio y repugnante, justo como la última vez que estuvo ahí; sin embargo, ahora... Ese aroma a sangre.

Gimoteos ahogados, susurros.

—¿F-Francia...? —murmuró con timidez. Enseguida sintió la mirada del español posada sobre ella, esa amenazante furiosa y cruel mirada, astutamente oculta bajo un inexpresivo rostro. Pero no pudo evitarlo, pronunció el nombre de manera involuntaria.

Me... M-Mexique... ¿Eres tú? —preguntó sin esperar realmente una respuesta— Ah... G-gracias al cielo estás sana y salva... Gracias...

Ella suspiró profundamente y se cubrió la boca para no decir nada más. No permitiría que España la escuchará llorar, aunque la viera hacerlo ahí mismo.

Por un segundo hubo silencio. El hombre sujetaba la muñeca de la chica con fuerza y no se movió de su sitio por un largo minuto.

Sus miradas estaban unidas, aterradoramente unidas. Ninguno de los dos podía apartarle los ojos de encima al contrario, ni aunque así lo quisieran. Por mas que lo intentaran, ninguno lograba entender que era lo que estaba pasando por la cabeza del otro y continuaron observándose mutuamente quizás intentando averiguarlo, quizás intentando tomar el suficiente valor para dejar de hacerlo.

Pero al final, México terminó logrando irrumpir de una vez por todas con el silencio. La garganta le dolía al retener el llanto y la cercanía del español le ardía en el pecho.

—D-déjame... —alcanzó a pronunciar en apenas un susurro— Por favor, déjame.

Ella sabía que una petición como esa se merecía un castigo, pero no pudo evitar decirlo. No obstante, al contrario de lo que imaginó, el muchacho terminó soltando su mano.

Los ojos de la chica se abrieron de par en par, y fue entonces que, de manera casi involuntaria, sin dejar transcurrir un segundo siquiera, comenzó a avanzar escaleras abajo por su cuenta.

Al principio fueron lentos pasos que se fueron acelerando conforme caía en la cuenta de que aquello era verdad. Volvería a tener cerca suyo a su amigo.

En cuanto alcanzó a dar con aquella tenue silueta moribunda en medio de la oscuridad, se abalanzó sobre ella sin esperar un segundo.

Tanteo su cabeza y la tomó entre sus manos en medio de sollozos mientras pronunciaba su nombre dolientemente. Alcanzó a percibir su sonrisa, una mano sobre la suya acariciando su piel con dulzura.

—Deja de llorar... —le pidió tras un apenas audible murmullo.

—Perdóname... Lo lamento tanto... —repetía ella una y otra vez sin detenerse. No alcanzaba a verle, pero sabía que no podía moverse. Simplemente estaba ahí, observándola, intentando escupir palabras sin sentido que muy dentro de él sabia que en una situación así, no servirían de nada.

Y ella no se quedaba atrás. Una disculpa no resolvería el inmenso error de alguien más.

—Nada es tu culpa, hermosa. Nada lo es.

Finalmente, el español la devolvió a donde pertenecía. Rogar por un segundo mas no sirvió de mucho, pues solo logró hacer que el francés recibiera un puntapié directo en la quijada que provocó un desgarrador aullido de dolor, para obligar a la mexicana a acceder que se alejara de él.

Después de ello, transcurrió una semana más. Lo suficiente para que un supuesto héroe planeara una infalible estrategia de rescate, ¿no es así? Claro, eso si nadie supiera de sobremanera lo impulsivo que ese infeliz podía llegar a ser. Quien sabe.

Por parte del español, le era intolerable seguir así. Siempre alardeaba sobre la idea de que no soportaba tenerla ahí, castigarla de esa manera.

"Me duele más a mí. No me hagas esto" repetía una y otra vez, cada día transcurrido. "¿Crees que disfruto de la terrible idea de hacerte pasar hambre? ¿Dejarte tan lejos de mí? ¿Sabes lo difícil que me es conciliar el sueño cuando no estás a mi lado?"

Ella nunca le respondía, nunca; solo esperaba comida y agua, solo eso. Escuchar la voz del francés quizás. Por más que deseaba armarse de valor no podía contradecir a aquel monstruo, le era como si hubiera sellado sus labios permanentemente. Jamás volvería a lo que era antes.

Sin embargo, aquella tarde dormía, o, mejor dicho, se encontraba inconsciente.

El español la observaba en silencio. Viéndola de esa manera, pareciera que todo estaba bien, en paz. Quizás consideraba que el decimo día sería el ideal para levantar el castigo. Solo ver ese rostro tan inocente y bello... deseaba hacer lo que fuera por conservar aquello.

La puerta sonaba. Desde hace un par de minutos así era. Él no se inmutaba siquiera.

Quien quiera que fuera podría esperar, lo sabía. Nada le era más importante que apreciar y cuidar de su hermosa hermana menor.

—Conozco ese sonido —murmuró una voz.

Antonio levantó la vista de golpe, con el ceño fruncido. Estaba convencido de que tras lo que le había hecho pasar aquel día, también habría caído inconsciente. Aunque fuera inmortal, no se trataba ningún dios como para soportar de esa manera el dolor.

—Ella también lo hace, ¿lo ves? —añadió el francés con debilidad.

Un gimoteo seguido de lágrimas. De manera involuntaria la chica se cubrió los oídos. Murmuró un nombre que no era el suyo, con terror.

—Que cruel... —volvió a hablar el rubio, ahora con abatimiento— No tenía idea de que la situación fuera tan horrible.

España se puso de pie sin dejar esperar mas tiempo. Subió los escalones uno a uno lo más rápido que se permitió. Cerró a sus espaldas de un golpe y se encaminó hasta su puerta.

Spain! —gritaba una chillona voz desde el otro lado, sin dejar de tocar— ¡Oh, vamos! ¡Se que estas en casa, dude! ¡Ábreme ya! ¡Vengo en son de paz, jaja! ¡Solo quiero hablar contigo!

El hombre apretó los puños y gruñó entre dientes.

—Tú, imbécil...

Extendió un brazo hasta tantear el mango de un hacha que aparentemente solo se encontraba detrás de la puerta a modo de decoración.

Abrió.

"Todo será como antes" [SpaMex] 𝙃𝙚𝙩𝙖𝙡𝙞𝙖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora