Capítulo 7

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El camino a casa de mi padre resultó confuso y un poco incómodo además de por supuesto desagradable. Decir que no lo soportaba era poco y todavía me cabreó aún más que antes de ir a casa de mi padre fuésemos a una tienda Apple para reparar mi pantalla rota. Para vosotros debería alegrarme y por un lado estaba contenta de que mi preciado iPhone volviese a ser el mismo, pero por el otro odiaba que Harry hubiese hecho ese gesto de generosidad.

Él me había explicado camino a la tienda que Gabriel le había dicho que mi móvil tenía seguro y que por lo tanto no iba a costar nada la reparación así que no, el Ken no pagó nada. Solo me llevó hasta allí, hecho que mi padre tomaría como un favor y él quedaría como el bueno. Si ya antes cometía un error delante de mi padre y quedaba como la malcriada, entonces ahora no me podía permitir para nada humillar a su precioso hijo Harry —al menos no delante de él.

Pero eso no era lo peor. Ya de camino a casa el muy sinvergüenza hizo como si no estuviese a su lado —acción que yo imité todo el camino— y se puso a cantar como si no hubiese un mañana una de las canciones que reproducía su USB. Arruinó la canción y a la banda Queen en sí. Este chaval podría atraer todas las miradas por su físico pero como lo oyesen cantar estaba acabado. Si es que gritar era cantar para él.

—Por dios, Freddy debe estar revolviéndose en su tumba. —dije enfurruñada mientras bajaba del coche.

No lo dije muy alto, ni le hablé directamente a él pero si me escuchó incluso mejor. A ver si se daba por aludido y dejaba de hacer tanto daño a la música.

—Entonces os llevaríais bien, tú prácticamente te revuelves por todo en vida. —rió por su propio chiste mientras abría la puerta.

Encima se creía gracioso, lo tenía todo.

Abrió la puerta y ni respiré. Hogar vomitivo hogar.

La casa de mi padre era preciosa, eso no lo iba a negar. Era más grande que la de mi madre, tenía dos plantas, cuatro habitaciones, dos baños, estaba en un mejor barrio y tenía piscina propia en un gran patio propio. Y estaba decorada con muy buen gusto. No era para menos teniendo en cuenta los dos increíbles sueldos que entraban en esta casa. El problema era la gente que vivía dentro.

Lo que más me intrigaba ahora era donde dormiría. Esperaba que mi padre hubiese acondicionado una de las otras dos habitaciones restantes para mí, al menos con un colchón, porque desde luego no iba a dormir con el Ken de pacotilla. Y no me atraía la idea de dormir todo el verano en el sofá y seguro que al ridículo tampoco.

El muñeco nada más entrar pasó de mi cara y subió las escaleras directo a su habitación o eso suponía. Yo me quedé plantada en la entrada, maleta en mano, sintiéndome sola por primera vez en la vida. No pertenecía a este sitio y aún así tendría que pasar aquí los próximos meses.

—¿Que haces ahí pasmada? —Harry me miraba desde arriba de las escaleras, extrañado y esperando una respuesta.

Aunque os parezca increíble no le contesté. Ni bien ni mal, no salió ni una palabra de mi boca a pesar de que hice el amago de hablar abriendo ligeramente la boca pero no supe qué decir. No estaba cómoda, y solo acababa de llegar.

Él observó mi maleta y se sorprendió, no se muy bien porqué. Chasqueó la lengua y bajó corriendo las escaleras, a continuación me quitó la maleta de las manos.

—Vamos, de momento dormirás conmigo, hasta la semana que viene no te traen los muebles a tu nueva habitación. —explicó sin mucha ilusión mientras subía al piso de arriba.

De pronto me costó mucho más subir las escaleras y eso que constarían solo de quince peldaños. No podía ser que tuviésemos que dormir una semana en la misma habitación, ¿es que a mi padre se le había ido la pinza?

Para tanto y más ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora