Capitulo 12

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Tenía tanta rabia y tanta frustración que ni siquiera la playa lograba calmarme. Mis amigos que me conocían demasiado bien sospechaban que algo me ocurría con solo verme la cara. La verdad es que no era una persona que supiese callar mis emociones y eso me acarreaba problemas a la hora de esconder un secreto. Kika era la única que sabía lo que me pasaba.

Había quedado con mi rubia amiga pero Finneas, Mona y Thalía también estaban disponibles, así que decidimos juntarnos como normalmente hacíamos.

—Isabella a mí no me engañas, te conozco de toda la vida, ¿qué cojones pasa? —Mi gran amigo Finn estaba muy cabreado conmigo porque siempre le había contado todos mis problemas y esta vez él sabía que se lo estaba ocultando. Cuando me llamaba por mi nombre completo temblaba.

Él estaba tumbado en su toalla a mi lado, mientras que Kika estaba a mi otro lado. No dijo una sola palabra ante las preguntas de nuestros amigos y se lo agradecía con la mirada. Mi mejor amiga era de esas que piensa que si no es su secreto no estaría bien contarlo, aunque te tenga muchísima confianza.

Mona y Thalía habían ido a pasear por la orilla.

—Finn, es solo que no estoy a gusto en esa casa, ¿vale? Lo de siempre. —contesté cansada de tanta pregunta. No quería que se enfadase conmigo pero no pensaba contarle lo que en realidad pasaba.

Finneas suspiró a mi lado pero no insistió más, dejó de hablarme y siguió tomando el sol. Por el rabillo del ojo observé como se pasaba la mano por su cabello castaño y ahora rizado debido a que al habérselo mojado en la orilla, había adquirido su forma natural. A él no le gustaba mucho así que solía alisárselo.

—Deja de preocuparte, estoy bien. —susurré acercándome a él para que pudiese oírme— No te enfades.

—No me enfado solo dime porqué no estás siendo sincera conmigo, te conozco. —contestó enfurruñado.

¿Que por qué no estaba siendo sincera con él? Me avergonzaba lo que había estado a punto de hacer, la atracción que sentí por ese estúpido arrogante que se creía el amo y señor de esa casa. Además que nunca había hablado de chicos con Finn, sería tremendamente incómodo para mí, más aún si era sobre uno al que no había parado de poner verde frente a él.

—Anoche discutí con Harry y me dijo inmadura, consentida y fea. —le conté esa verdad a medias, que junto a mi expresión de ira, era totalmente creíble— No lo soporto.

Finneas se apoyó en su brazo derecho para verme mejor mientras hablábamos. Ahora ya estaba más aliviado pero noté que mi anécdota no le había caído bien. Kika mientras tanto parecía ignorarnos con su camiseta cubriendo sus ojos del sol, deseosa de tostar su piel. Escuché el principio de una carcajada que finalmente contuvo, la miré mal aunque ella no pudo verme.

—¿Es eso? Pasa de él, no eres ninguna de esas cosas. —Me pellizcó la nariz en modo cariñoso, eso era algo que no me gustaba pero a él se lo permitía—. No te amargues por alguien que no parece tener muchas luces.

—Sería fácil si no tuviera que convivir con él y aún encima dormir en la misma habitación.

Finneas me miró extrañado. —¿Duermes con él?

—Tiene una cama nido, duermo en la de abajo. Cuento los días para tener mi propia habitación. Tres días, dos noches para ser exactos. —suspiré todavía no cambiaba mi humor de perros y no cambiaría hasta que llegase mi madre.

Noté movimiento a mi lado y vi a Kika acomodarse para mirarnos queriendo meterse en la conversación.

—Tampoco tiene que ser fácil convivir contigo. —comentó divertida llamando la atención de Finn— Me contó que le puso laxante a la limonada que les preparó a Harry y a sus amigos.

Para tanto y más ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora