Parte 2

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Steve es bueno con las máscaras. Se atrevería a decir, que es mejor que cualquier espía o persona. Esto no viene desde el ejército, no se lo enseñó el Coronel Phillips, tampoco fue James o incluso el doctor Erskine. No, aquel arte se lo mostró su padre y, años más tarde, su madre. Ambos eran eruditos en ello.

Durante su infancia las apariencias eran esenciales si querías una casa o vida tranquila. Ahí, no iban los sentimientos.

Y estaba bien, a Steve le dejó de importar porque pudo encontrar un escape en la guerra, un alivio en su chica. Podía tocar ese sueño, pero olvidó que la vida estaba empeñada en verlo de rodillas. Un choque, frío, máquinas y un despertar horrendo. Intentó adaptarse, comprender su entorno. No fue fácil.

Con él nada lo era.

Le han dado un hogar, regresado su motocicleta y un estado de cuenta con varios ceros después de un número. Está abrumado, no encuentra su lugar, ha vagado por la ciudad que le vio crecer. Se ha sentado en tantos cafés que no puede distinguir unos de otros. Hay personas, hay parejas, hay excentricidades.

Es, simplemente, demasiado.

El clima es loco e incierto igual a su gente. Nueva York ha cambiado. No hay paraguas o impermeable cubriéndole. El agua le golpea, se mete entre las costuras, enfría su piel, sus pies chapotean. La lluvia hace su música. Un paso, dos, se detiene. Parpadea, no recuerda cómo ha ido a parar a Brooklyn. Suspira, deberá regresar caminando. Se gira, escucha. La lluvia hace su trabajo en obstruir los sonidos.

Un paso más.

Lo vuelve a escuchar, guiado por su oído se mete al callejón. Su mirada escanea, no ve nada. Vuelve a caminar a la salida.

Una caja le ha brincado a los pies, se ha puesto en guardia. Busca al enemigo. Ríe, su atacante no pesa más de un kilo.

–A ti también te han abandonado, ¿eh?

VellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora