Capítulo 1

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Meri.

La alarma de mi móvil me avisa que hoy es lunes.
Mierda. Hoy me toca trabajar con la pija de mi compañera Yoana Nutel.
No la soporto. Lo admito. Y todo porque la muy cabrona ha puesto los ojos en mi adorable galán Jorge Dintel. El meteorólogo más sexy que una pueda ver para saber qué tiempo hará mañana.
Aunque a mí el tiempo me importe tres pepinos, lo que no me importa es lo que piense Jorge de mí.
Y hasta ahora, simplemente soy su "mejor amiga".
Capullo, hasta cuándo se dará cuenta que necesito un cubo debajo de mi boca por la saliva que hace que se me desprenda de mi boca por su culpa.
Por supuesto, la competencia es dura.
Y Yoana, es precisamente lo que todo hombre quiere y sueña mientras se masturba.
Tiene pechos operados, rostro de muñeca angelical, ojos grandes marrones, cuerpo moldeado a base de horas de gym, alguna que otra operación, aunque ella lo niegue.
En fin, el caso que desde que las dos pusimos los ojos en el meteorólogo, Jorge me trata de una manera cómplice y cariñosa. Y aunque yo ardo de deseo porque me bese, me toque y terminemos dándonos un homenaje a lo grande.
Él solo tiene ojos para la guapísima morena Yoana Nutel, sus desplantes hacia él hacen que mi galán venga triste y me cuente sus penas. Cómo también me explica con detalles, las tías que conoce y termina en la cama o en el asiento de atrás de su deportivo por no decir cuando me relata cómo las empotra contra el capó del coche.
En fin, soy una auténtica patética. Lo admito.
¿Pero que voy hacer si estoy ciega y loca por un tío que no lee en mi mirada lo que me da tanta vergüenza decirle por miedo a perder su amistad?

Por ello, decido apuntarme al gimnasio, no solo para bajar peso, porque últimamente con tantas desilusiones acabo acompañando a los gemelos a comer toda clase de dulces.
Y eso ha hecho que me suba la tensión y el peso.
Por recomendación del médico, porque yo tengo demasiada pereza de ir al gimnasio, debo de hacer deporte.
Y que menos que me acompañen mis dos mejores amigas:  Catalina y Dania.

Cuando por fin estamos en el gimnasio, las tres nos miramos con cara de circunstancias, todo cambia cuando se presenta el entrenador personal.

¡Señor Bendito! Este hombre está que cruje. Alto, rubio, cuerpo tallado por las pesas.
Porqué vamos de coger el pico y la pala no creo que tenga esos abdominales que puedo lavar el dote que me compró mi madre hace ya más de diez años. Digo yo que estará  viviendo a gusto las telarañas entre los manteles y sábanas.

Después de que nos se caiga la baba y mojemos las bragas, nos vamos hacia una sala donde hay las máquinas necesarias para empezar hacer ejercicios cardiovasculares.
Lo primero que nos suelta el guapito de cara que nos va enseñar a respirar para no fatigarnos antes.
Pues chico, yo llevo respirando cerca de treinta años y sigo viva, digo yo que no lo estaré haciendo mal.

A continuación, nos dice que debemos hacer unos estiramientos, por ejemplo tocarnos la punta del pie.
Me agacho un poco, y le digo que desde niña llevo sin tocarme el pie.
En eso que me da crujio la espalda que me deja doblá.
Para seguir con los ejercicios, nos montamos en una máquina para subir escaleras.  Cuando llego al cuarto piso, la lengua me llega al primero.
Sudando como una cerda, me dice que tengo que montar en la bici.
Me monto y a los quince minutos vuelve.

— Meri ¿porqué no has peladeado?

— Anda, porque tú solo me has dicho que montase y aquí estoy todavía montada en la bici.

Me bajo de la bici y me voy hacia la cinta.
Esto es más relajante.
Comienzo a caminar, hasta que de pronto me percato que en un día he  hecho el camino de Santiago.
Una hora y media más tarde, las tres salimos del gimnasio peor que hemos entrado.
Me despido de mis amigas y me voy hacia el trabajo.

¡Madre mía qué agujetas!
Si esto es hacer deporte, que lo haga quién yo diga.
No hay hueso de mi cuerpo que no me duela, y para colmo voy llegando tarde al trabajo.

La Realidad Ante Tus OjosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora