Capítulo 11

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Comienzo a caminar hasta la salida. Desde lejos veo al chófer del jefe acercándose hacia mí. Muy amable, me dice si me lleva hasta mi casa.
Niego con la cabeza, en estos instantes necesito estar sola para intentar ingerir lo sucedido con mi madre.
El hombre me ofrece una botella de agua animándome a sentarme en un banco.

— Cuénteme señorita, ¿Porqué está tan triste?

— No estoy triste, estoy impactada de volver a ver a una persona muy cercana a mí y la cual nunca se preocupa si estoy bien o mal, o simplemente si me falta algo. Ella siempre ha vivido su vida, precupándose por sí misma. Yo solo he sido un error, un mal recuerdo en su vida.

— Señorita, llore en mi hombro, deshaga ese dolor de su pecho y así podrá de nuevo sonreír. — Dejo libres una a una las gotas que por tanto tiempo llevaba retenidas.
Mathias, el chófer. Sigue acariciando mi cabello con ternura confesándome que él perdió a una hija hace años y aún no ha podido superar ese dolor. Sin embargo, trata diariamente de no faltar a la promesa que le hizo a su hija. Cuando peor se encuentra, mira al cielo y sonríe pensando en ella.

— Precioso detalle Mathias. Su hija estará feliz donde esté.

— Estoy seguro que sí. Y ahora señorita respire hondo, beba agua y déjeme secarle su rostro. Piense que  en la vida nada es fácil, y aún así debemos de ser valientes para luchar con lo que nos tenga preparado.

— Le agradezco mucho su charla. Ahora ya me encuentro algo mejor.

— ¿Acaso te ha pasado algo Merinda? — La voz de repente del jefe hace que me sobresalte.

— No...esto...ya estoy mejor, es solo que me sentía algo cansada.

— De acuerdo, te acompaño hasta tú casa. — El señor Ferretti le hace una señal a Mathias para que se levante y vaya arrancando el auto.

— En serio señor Ferretti, no es necesario que se moleste, ahora llamo a un taxi. Estoy segura que usted tendrá cosas que hacer.

— Merinda, ven y déjame que te abrace. — Si no hubiera sido por el impacto que me ha supuesto ver a mi madre, no estaría dejándome abrazar por el señor Ferretti.
Escucho como su respiración se corta por unos segundos, su corazón late más intenso. Admito que es una sensación agradable poder cerrar los ojos y sentir que alguien me muestra su solidaridad.

— Ha sido muy amable en ayudarme haciendo que me sienta mejor.

— ¿Porqué estabas triste Merinda? — Sus ojos claros buscan la respuesta en los míos. Simplemente, no puedo decir a nadie la verdad.
Yo misma decidí hace más de diez años alejarme de aquel mundo en el que no deseaba estar, donde me sentía una marioneta en manos de mi madre. Quería hacer lo que yo quisiera, ser libre y no seguir encerrada en una jaula de oro.

— Tranquilo es un bajón que me da cuando me va bajar la regla. No entiendo porqué a veces me da por llorar o comer chocolate. Serán cosas de las hormonas.

— Oh, era eso. Vaya...yo...— En esta ocasión soy yo la que presencia como se ha ruborizado. Al parecer mi mentira ha colado y he podido salir airosa.

El señor Ferretti vuelve a insistir en llevarme ha mi casa.
Por favor, qué pesadito con llevarme a casa.
Pues nada, me ahorro de pagar un taxi.

Monto con él en el asiento atrás del auto, me ofrece una botella de agua y el abre otra.

— Una pregunta. ¿Acaso tiene una fábrica de botellas de agua? Lo digo porque siempre lleva una encima.

— Ja,ja,ja. Me gusta llevar siempre conmigo agua. Me gusta cuidarme.

— Ya lo veo, ya lo veo lo bien que  mantiene la figura. — Respondo sin cortarme un pelo mirándolo descaradamente de arriba abajo.

La Realidad Ante Tus OjosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora