Capítulo 12

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Intrigada, voy andando mirando para todos  lados lo hermoso que es el salón donde vamos a comer.
Los muebles son de roble oscuro en diseño antiguo. También hay varios tapices colgados y unas lámparas de araña grandes y brillantes.
En una mesa están sentadas varias mujeres, solo hay una que conozco. Es Teresa Manza, Una antigua compañera de trabajo.
Nada más vernos, nos saludamos comenzando a hacernos un resumen de nuestras vidas.
Estoy en mitad de la conversación, cuando el negrero de mi jefe llega por detrás comunicándome lo que debo hacer.
Ruedo mis ojos buscando en algún lugar la paciencia, desde luego, yo tengo la justa para pasar hasta la hora de la merienda.
Me despido de Teresa para ir detrás de mí exquisito jefe, ganas de pegarle una patada en el culo no me faltan.

Tomo asiento junto a él y otro hombre mayor. Al lado izquierdo, veo que se sienta Nahuel. Me quedo mirando al frente haciendo la vista gorda.
La jugada me sale tan perfecta, que es Nahuel quien llama mi atención.

— Qué tal se encuentra Meri. — Si cierras la boca y no me llamas tan amistosamente te lo estaría agradeciendo y todo.

— Hola Nahuel. Vaya, no me había dado cuenta de tí. — A la, aquí hablamos con confianza. Tanto que hasta mi jefe me mira desconcertado.

— Sí, he venido porque me gusta jugar al golf y  para poder concertar una entrevista. Cosas de negocios. — Nahuel se encoge de hombros agarrando una servilleta para ponérsela sobre sus piernas.

— Ya, entiendo. ¿Y para qué quiere hacer la entrevista? — Quedarme yo con la duda. Para nada.

— Merinda, por favor. Son cosas que a usted no le conciernen. Presencio que el señor Yorals y usted se conocen, puede preguntarle después. — El negrero del jefe habla tan suave pegado a mi oreja que no sé como tomarlo. A que esté molesto o es que estoy metiendo la pata.

En fin... Asiento con mi cabeza y hago de traductora. Para esto es por lo que me encuentro en una mesa grande rodeada con mujeres y hombres del mundo del periodismo y empresarios que apenas conozco.

La comida da comienzo y con ello las charlas interminables y aburridas de negocios. Yo debo de traducir al jefe mientras espero que se enfríe la comida.
Acto seguido, ponen el segundo plato. Miro a Nahuel, el cual se muestra algo silencioso.
En ese momento mi jefe me da una patada por debajo de la mesa para que vuelva a traducirle  lo que le están hablando.
Así me pasó todo el tiempo hasta que por fin, la comida termina y algunos de los hombres se levantan para ir aparte a otro salón para seguir conversando.

— Señor Ferretti, debo de ir con usted. — En verdad mucha gracia no me hace de ir a seguir charlando con un corrillo de abuelos.

— ¿Desea irse? — Permanezco callada unos segundos.

— Si he terminado mi labor aquí. Sí, me gustaría irme.

— ¿Tiene algún plan para hoy? — De verdad, si no fuera porque me está poniendo la leche verde, le diría que le importa a él mi vida. Ante todo educación, y sonrisa falsa.

— Hoy...No. No tengo ningún plan, pensaba dedicarlo a descansar.

— Perfecto. Quédate un rato más y después iremos a un lugar que se que te va ha encantar. — Su sonrisa es tierna, su manera de hablar tan despacio y ese acento a italiano me hace enloquecer.

— Hecho. ¿Dónde me llevará? — Siempre me han gustado las sorpresas, y poder ser sorprendida por alguien como el señor Ferretti, es para mí todo un halago.

Continuamos hablando refiriéndonos a las conversaciones mantenidas anteriormente durante la comida hasta que se me ocurre la idea de ir hasta un pequeño jardín para poder seguir hablando  más tranquilos.
Si se puede decir tranquilos, porque este dolor de tripa es insufrible.
Caminamos hacia el jardín, el jefe se muestra cordial y amable conmigo. Incluso me hace sentir relajada, aunque este dolor de tripa no me deje estarlo.
Llegamos a un pequeño lugar donde hay una fuente. Nos paramos enfrente contemplando los chorros de agua.

La Realidad Ante Tus OjosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora