━ XIII: El último lobo

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HUMILLADA. AVERGONZADA.

Así se sentía desde que bajó de la pestilente carreta, desde que sus pies cubiertos de sangre seca y su cara blanca y amoratada se topó con la luz del sol.

Asco.

Así le miraban los nobles y sirvientes que caminaban por la Fortaleza Roja. Lyarra Stark desprendía un olor nauseabundo, le saltaban piojos de un lado a otro y la piel se desprendía de sus labios mordisqueados.

La loba llegó a la conclusión de que hacerla andar por los pasillos más concurridos de la Fortaleza tenía una razón de ser; lord Tywin quería dejar claro que ella no era más que una prisionera. Una marioneta del león.

Los soldados, la servidumbre y la nueva gente de alta cuna (Lyarra distinguió el blasón de los Tyrell) la llamaban traidora cuando pasaban a su lado.

Es una Stark, decían, hija de la antigua mano. Hermana de la asesina del rey Joffrey.

Los hombres de Lannister, vestidos con jubones dorados y escarlatas, la escoltaron hasta una habitación que ella reconoció al instante. En el centro, se hallaba la cama donde durmió con Belyas, y en una esquina la mesa donde planearon el rescate de Sansa. El rescate que terminó siendo una traición. El corazón se le paró en el pecho, pero nadie se dio cuenta de ello; le quitaron las cuerdas de las muñecas con rapidez y se marcharon. Cuando el aire rozó las heridas Lyarra gimió de dolor, y después de mirarse al espejo le invadieron unas ganas espantosas de echarse a llorar.

Aquella no era ella.

Aquella mujer era una anciana, una mendiga, una salvaje. No se reconocía a sí misma.

Dos toquecitos en la puerta hicieron que se tragara el nudo de la garganta.

—Pasad.

A su orden, una joven rubia de apenas quince años se aventuró a la habitación. Era menuda y tenía la mirada lúcida. Sujetaba un vestido negro y plateado, que contrastaba enormemente con las paredes rosadas y los muebles cálidos de la estancia.

—Me envía lord Tywin, mi señora. Desea que os bañéis, os adecentéis y le visitéis en la Torre de la Mano —Su voz era un silbidito débil. No se atrevía a mirar a Lyarra a los ojos—. Yo os ayudaré.

En cualquier otro momento la loba se hubiera negado, mas estaba tan cansada que prefirió que fuera otra persona la que le limpiara la mugre del cuerpo.

—Está bien ¿llevas mucho tiempo al servicio de la corona?

—Sí, mi señora.

—Bien —Lyarra intentó sonreír. Ganarse su confianza—. Entonces, me gustaría que me contaras cómo está todo por aquí.

La jovencita de nombre Lavea le puso al día. Mientras la rubia le arrancaba las costras, curaba las heridas y frotaba la suciedad de la piel de la loba, le habló con todo detalle sobre la batalla del Aguasnegras, sobre el nuevo matrimonio de Margaery Tyrell y Joffrey Baratheon y sobre cómo, entre susurros, la gente aseguraba que Tyrion y Sansa Lannister le habían asesinado.

Después del baño, Lyarra se puso el vestido negro; en el hombro izquierdo estaba tallado un lobo plateado, el blasón de los Stark. Al volverse a mirar en el espejo, Lyarra se sintió norteña. Sintió que el Norte corría por sus venas y que en su garganta se escondía el aullido de un lobo. Aun así, Lyarra no era estúpida; era consciente de que lord Tywin quería marcarla, quería que todos supieran de quién se trataba, quería que obtuviera el rechazo de toda la corte.

DESERT WOLF ━ Jaime Lannister.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora