━ XXX: Altojardín, fuego y sangre

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El campo de batalla olía a fuego. Sobre él, los cuerpos ardían, las cenizas se convertían en aire y la sangre en polvo. Había alaridos de dolor, filos brillantes chocando entre sí, armaduras espolvoreadas de furia: la furia contenida de un dragón que llevaba años atado, apaleado, escondido. La furia de la reina Daenerys.

Altojardín era el peor de los escenarios, y el león de los Lannister ardía en todos los estandartes y en todos los jubones. Los hombres vestidos de dorado morían irremediablemente.

Lyarra Baelish, subida sobre un corcel gris, observaba a Tyrion Lannister. El enano estaba preocupado. Daenerys acababa de llegar al Dominio y había asesinado a la mitad de su antigua gente, a la mitad de su antigua familia. Lyarra estaba segura de que el apellido Lannister seguía significando algo para él. En los ojos de Tyrion podía divisarse una profunda tristeza y ansiedad. En los de Lyarra, también.

La loba del desierto bajó del caballo, temblorosa. Aquella batalla también sería definitiva para ella: dependiendo de los destrozos, del número de carretas llenas de suministros que Daenerys quemara, Dorne sería (o no) suyo. Había sido una propuesta arriesgada, pero cada vez la veía más factible. Más deliciosa. Imaginarse a sí misma como señora de Dorne le producía más placer del que estaba dispuesta a admitir. Le habían robado el Norte y no pensaba conformarse con el Dominio del Cielo y los restos de Meñique.

Así que la joven pedía en una oración silenciosa que la khaleesi fuera cuidadosa, que no quemara todos los víveres, que no abrasara todos los caballos.

Y que no le matara a él.

Era ridículo negarlo. Cuando meses atrás Lyarra quemó la carta de Jaime Lannister frente a Sansa, pensó que de alguna forma pondría punto y final a ese sentimiento que llevaba años martirizándola, sacudiéndola con violencia, arrancando de su boca suspiros y de su corazón sentimientos demasiado intensos. Mientras se preparaba para la batalla de los bastardos, mientras trataba de hacerse un hueco en Invernalia, Lyarra trató de reprimir ese cosquilleo, esa angustia por un amor demasiado lejano.

Unas jornadas atrás, cuando Tyrion la visitó en su camarote del barco, supo que no lo había conseguido.

—Jaime estará allí, lady Lyarra —había dicho el enano.

Llevaban una semana navegando por el Mar Angosto, con Drogon sobre sus cabezas y el mar chocando contra el casco del barco. Lyarra pasaba los días leyendo y haciendo cuentas hipotéticas sobre cuánto oro perdería. A veces, Daenerys bajaba a la cubierta del barco: descendía junto a Drogon, mezclándose con las velas, las jarcias y las cofas, y se posaba en el castillo de proa con una expresión seria, sedienta de venganza.

—Lo sé, sí: sé que estará allí, gracias —afirmó Lyarra, aunque llevaba días tratando de ignorarlo.

Jaime Lannister era cosa del pasado. Tenía que ser cosa del pasado. No sabía cuándo había llegado a esa conclusión, pero era necesario pasar página para continuar. Resurgimos y reinamos.

—¿Puedo sentarme, mi señora? Estos barcos me marean horrorosamente.

El enano se sentó en una silla de madera y se sirvió una copa de vino. Lyarra le observó largamente. Había algo en sus ojos que le recordaba a Jaime, por eso le evitaba.

—¿Qué queréis? —preguntó, pero Tyrion se dedicó a beber vino—. Id al grano, por favor. Tengo mucho trabajo.

—¿Teméis por vuestra casa?

—Sí.

—¿Por cuál de todas?

Lyarra sonrió.

—Por, efectivamente, todas ellas.

—Ya veo —El Lannister chasqueó la lengua—. Iré al grano. Me habéis evitado desde que llegasteis a Rocadragón, y estoy seguro de que no es repulsión lo que sentís hacia mí lo que os aleja. A vos no.

DESERT WOLF ━ Jaime Lannister.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora