━ VII: Arbolillo asustado

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Junto al agua fría,
en la senda clara,
sombra dará algún día
ese arbolillo en que nadie repara.

Catelyn le había leído aquel poema cuando apenas tenía nueve años, y desde ese preciso instante Lyarra Stark supo que estaba hecho para ella. Que el arbolillo era su alma.

O, al menos, eso le había jurado su madre.

Ambas habían viajado hasta las tierras del Valle para visitar a Lysa Arryn y a su recién nacido, un niño enfermizo y de piel plomiza, débil y famélico. Lyarra no cabía en sí de alegría; por primera vez disfrutaba de los paisajes que se alzaban más allá de los muros de Invernalia, y Catelyn Stark se vio completamente relajada y desentendida de las responsabilidades cotidianas. Sumergida en una absoluta tranquilidad, la única preocupación de la madre era atender y disfrutar de su familia.

Cat y Lyarra salían todas las noches a observar las estrellas, pequeñas como gotas de agua pero brillantes como antorchas. La madre dejaba que la niña recostara la cabeza en su regazo, y mientras acariciaba su cabellera roja y besaba sus mejillas heladas recitaba poemas que aprendió en la infancia.

—¿Lo has escuchado, Lyarra?

La niña asintió.

—Es un poema precioso, madre.

Catelyn sonrió, maravillada por ese brillo negro y especial en los ojos de su primogénita. Una niña hermosa, dulce y perspicaz. Probablemente la hija más inteligente que poseía, y a su vez, la que más desapercibida pasaría. Catelyn trataba de olvidar que algún día se casaría y se alejaría de ella para siempre.

—Jamás olvides quién eres, hija —La mayor besó la frente de la niña con infinita ternura—. Aunque te intenten hundir, aunque te infravaloren. Eres una loba, Lyarra. Eres ese árbol que algún día logrará hacer sombra incluso al sol.

Habían pasado más de diez años desde ese viaje y la Stark pensaba que aquellas palabras eran una amarga mentira.

Se sentía pequeña. Ingenua. Estúpida.

—Así no. Un poco más arriba.

Lyarra obedeció al viejo Elthon y alzó el arco. Cuando lanzó la flecha, esta se clavó muy cerca del centro. El ruido de la punta atravesando la madera hizo que los pájaros que se escondían en los pinos echaran a volar, asustados.

La mejora era indiscutible.

—Te convertirás en una excelente arquera, Alysa.

Lyarra Stark, por su seguridad y por la de los de su alrededor, no había dado su verdadero nombre. Cuando llegó a Villacontilde (una aldea de las Tierras de los Ríos) con las manos manchadas de sangre y el sol del alba bañándole el rostro, solo pudo sentir miedo. La loba bajó de la montura que había robado a Belyas temblando, todavía con lágrimas enredándose en sus pestañas: el frívolo sentimiento de la culpabilidad le carcomía por dentro, mas había otro sentimiento más doloroso e intenso.

La pena.

La tristeza por la muerte de Belyas Fowler, por haber cerrado sus ojos verdes para siempre, por haber convertido en cadáver ese cuerpo que otras veces le había abrazado hasta que se quedaba dormida.

Odiaba aquella tristeza, pero no pudo deshacerse de ella. La vaciaba por dentro y la hacía sentir miserable e inválida.

Con el dinero que su difunto esposo guardaba pasó más de una semana en la habitación de un hostal, envuelta entre sollozos y sábanas ásperas. Dejó de comer y perdió casi la mitad de su peso. Se sentía humillada y no quería enfrentarse al mundo exterior; no podía.

DESERT WOLF ━ Jaime Lannister.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora