EL PRIMER DÍA DE NAVEGACIÓN FUE TENSO PARA LA LOBA Y EL LEÓN. Ninguno era capaz de mirarse a la cara e ignorar la noche anterior, aquellas palabras que ambos dijeron y aquellas sensaciones que percibieron. Era raro. Era incorrecto. Los habían condenado a un matrimonio no deseado y, por fin, se habían deshecho de él. Donde debería haber felicidad, existía una amargura complicada de describir; una amargura que debía de ser olvidada, pues cada uno tenía un camino que recorrer, muy lejos del otro.
El segundo día avistaron la isla de Tarth. Era pequeña, montañosa, muy verde y poseedora de un puerto grande. Lyarra Stark la observaba en silencio, apoyada en la baranda del barco mientras uno de los marineros manejaba el timón y otro, junto a Bronn, tomaban el sol tirados sobre la cubierta. Para su sorpresa, Jaime se unió a ella. Ambos se miraron de reojo, sin saber qué decir, y la loba sintió que eran idiotas.
Esa noche les atacó un vendaval. Jaime, aunque era manco, y Lyarra, aunque estaba herida y tenía poca fuerza, se vieron obligados a ayudar, a luchar contra la ventisca y la mar enfurecida. El Lannister, preocupado, le pidió que se retirara, que una ola podría arrancarla del barco, pero ella no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados. Entre los cincos, en la oscuridad de la noche y empapados de los pies a la cabeza, consiguieron domar el navío sin morir.
El tercer día al amanecer todos estaban agitados y mojados, temblando de frío. Cuando el sol presidió el cielo, al mediodía, Jaime se acercó a la proa y vomitó en el mar. Lyarra le colocó una mano en la frente y adivinó que tenía fiebre. Estaba ardiendo como una fogata, así que le recomendó retirarse a su camarote, taparse con las sábanas ásperas y dormir.
La luna volvió a caer, y Jaime empeoró. Los vómitos habían cesado, pero, incapaz de levantarse de la cama, deliraba y sudaba. Estaba pálido como la nieve y olía a muerto. Lyarra se vio en la obligación de cuidar de él, o al menos intentarlo. Le hizo beber uno de los mejunjes que el maestre Walmar le había dado, aunque dudaba de que pudieran hacerle efecto. Le puso un paño húmedo en la frente y se sentó a su lado, para velar por él mientras las alucinaciones le sacudían.
En un momento dado, Jaime se incorporó sobre la cama y la miró, confuso. Estaba totalmente ido y, además, lloraba.
—Lo hice. Mi juramento... lo rompí —admitió, con voz entrecortada y ojos rojos—. También maté a mi primo. Oh ¡lo hice!
Lyarra se quedó de piedra. No supo qué contestar. A penas podía distinguir el rostro del contrario en la oscuridad de la noche y llegó a la conclusión de que, si no se movía, quizá Jaime la confundiera con una sombra.
—¿Y todo por qué? Todo lo que dicen es... cierto —Jaime daba pena, y ella no sabía cómo quitársela—. Soy el Matarreyes —Parecía atormentado; atormentado por él mismo, por sus acciones, por quién era. Estaba perdido. Parecía descompuesto y Lyarra cogió su mano entre las suyas, tratando que su agarre pudiera unir los pedazos de su alma—. Soy un hombre... un hombre sin hono...
—Cállate —Lyarra estaba conmocionada. Alzó una mano y le limpió las lagrimas calientes de la mejilla—. Jaime, eres mucho más que eso. Eres un gran hombre y tienes un buen corazón. Lo tienes de verdad, créelo, por los dioses. Eres más de lo que dicen.
El Lannister dejó de revolverse y tragó saliva. Miraba a Lyarra como si no la conociera. Estaba mareado y muy pálido.
—Quédate —susurró, y Lyarra asintió.
—Me quedaré.
—Quédate, Cersei.
Por alguna razón, Lyarra se sintió mal. Se levantó y le obligó a tumbarse de nuevo, empujándole suavemente con las manos y acomodando la almohada bajo su cabeza.
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DESERT WOLF ━ Jaime Lannister.
FanfictionLa conocida como Lyarra Stark, loba del desierto, descubrirá lo que siempre ha ansiado: aquello que se esconde bajo la piel de la sociedad que rige Poniente; el poder, las traiciones, la mentira y el amor. Una vez dentro del juego de tronos, no podr...