━ VI: A nuestra regente

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LYARRA, BELYAS Y SUS HOMBRES ATRAVESABAN LAS TIERRAS DE LOS RÍOS EN DIRECCIÓN AL CAMPAMENTO STARK. El esposo aseguró que aquel sería el mejor y más seguro lugar para ella.

—Has traicionado a la corona —susurró la loba un buen día, sentada frente a la crepitante hoguera que siempre construían al anochecer.

—Prefiero traicionarles a ellos antes que a ti —Belyas contestó con la voz entrecortada, mirándola con unos ojos que brillaban y deseaban clemencia.

A Lyarra se le encogió el corazón, mas su enfado permanecía latente y era voluminoso.

—También me has traicionado a mí.

La joven no le volvió a mirar antes de esconderse en su tienda y, aunque dormían juntos, no cruzaron una sola palabra más. Lyarra había abrazado el voto del silencio y evitaba dirigirse a cualquier persona; permanecía absorta en el mundo de los pensamientos, jugando de vez en cuando con Invierno, su daga, deprimida por el peso de la muerte de Ned Stark y el saber que Sansa y Arya estaban lejos de su alcance, probablemente entre las garras de los Lannister. Se culpaba a sí misma y se sentía mal.

Así que, con el paso de los días, las Tierras de los Ríos se convirtieron en una prisión para ella. El aire puro del bosque mezclado con el olor de la tierra mojada y el de los pinos frescos sugeriría a cualquier persona libertad; la manera en la que la brisa se metía por la nariz y llegaba a los pulmones, llenándolos de naturaleza, sería para cualquier humano algo reconfortante.

No obstante, era la condena de Lyarra Stark, que soñaba día y noche con Invernalia e incluso con Dorne. Para su propio asombro, la joven se descubrió a sí misma añorando el sur, ansiando las largas tardes de poesía en el patio del Dominio del Cielo, con una copa de vino en la mano y las piernas hundidas en el agua fría de la fuente. También echaba en falta a la gente dorniense; su vitalidad, su alegría y las periódicas visitas que junto a sus huestes hacía a Lanza del Sol, donde los Martell le acogían cariñosamente. Mientras Belyas charlaba y reía con Oberyn Martell, la Víbora Roja, Lyarra paseaba del brazo de Ariane Martell, una bella joven de carácter fiero y experta en el arte de la seddución.

En definitiva, Lyarra quería escapar lejos, muy lejos. Por primera vez sintió a Belyas Fowler y a sus hombres como captores; en menos de una semana perdieron toda su simpatía y dejó de ver en el rostro de su esposo el compañero que tanto quería.

Es un mentiroso. Como todos los demás.

Algo en la historia que le contaba no le cuadraba; le resultaba surrealista la facilidad con la que salieron de la Fortaleza Roja y de Desembarco del Rey. Algo iba mal y lo sentía en la sangre y en los huesos, en el alma y en el corazón.

La noche en la que Lyarra descubrió lo que estaba sucediendo hacía frío, y ni si quiera el fuego podía calentar sus pies, que estaban llenos de callos y heridas infectadas.

La joven también se hallaba agotada por todas las horas que permanecía sobre el caballo. ¿Cuánto tiempo llevaban así? ¿Dos semanas, tres? Había perdido la cuenta, desde luego; lo único de lo que se preocupaba era de no desmayarse mientras montaba y de que las llagas de los muslos no sangraran.

—Tomad, mi señora. Está caliente —Conan Arena, un sureño y fiel amigo de Belyas Fowler, le tendió un cuenco de caldo de carne.

Tan solo quedaban los dos frente al fuego; los demás dormían como niños, acunados por la brisa helada y el suave sonido de un río lejano.

Lyarra, que sostenía a Invierno entre sus manos, lo guardó entre sus ropajes y tomó el cuenco que le quemó la punta de los dedos. Tanto fue ese dolor que derramó el líquido sobre el vestido. Se mordió la lengua para no gritar. Conan no dudó en acudir a socorrerla, pero Lyarra se deshizo de él y le prometió que podía cambiarse de prenda sola.

DESERT WOLF ━ Jaime Lannister.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora