I.

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Reaccionó. Un dolor fortísimo que atacó agudamente a su aturdida cabeza le hizo salir de un letargo del que no recordaba el inicio; lo primero que pensó al abrir los ojos fue en que aquello era extrañísimo, únicamente descrito como el despertar repentino de un sueño que jamás había tenido. «¿Qué me pasó?», se preguntó a sí misma. Su mente creaba una pregunta tras otra sobre aquel sitio sin siquiera responder a las primeras generadas. «¿Estoy soñando?», indagó. Sus manos se encontraron con su rostro y con su cuerpo para comprobar que, en efecto, su presencia era sólida y que su sentido del tacto estaba totalmente funcional; fue así como se percató de que llevaba puesta una extraña bata aguamarina que le iba desde el cuello hasta las espinillas y nada más. Era capaz de ver y también de captar con sus oídos un par de resonancias además de la causada por el espeso viento en ese sombrío, frío y desolado sitio: algunos ruidillos lejanos (que honestamente, asemejaban ser lamentos), y el constante, espeso y turbio colisionar de agua con alguna superficie. El aroma predominante en aquella zona era el mismo que desprende la tierra mojada, aunque con una presencia más notoria.

Con poca dificultad enderezó su tórax del piso hasta hallarse totalmente vertical y obtuvo una mejor visión de su entorno próximo: se trataba de, al parecer, una misteriosa isla rodeada por un entorno negro, cuyos costados sin paredes parecían no tener fin o, al menos, confundirse con la poco espesa pero abundante niebla negra que cubría todo el espacio. Voltear hacia arriba no provocaba diferencia alguna: la negrura infinita estaba presente en cualquier lugar al que se voltease a ver salvo por el piso, que parecía estar constituido de una piedra durísima, roja y rasposa a la vista como ninguna. Al mismo tiempo en el que se percató de esto, notó que se hallaba posada casi en la cúspide de un peñasco, en donde el suelo bajo de sí estaba inclinado y embadurnado de una sustancia grasosa que la hacía resbalar segundo tras segundo; hacia abajo, la pendiente parecía pronunciarse tanto que quizás en alguna parte comenzaría a ser totalmente vertical. Poniéndose de pie y dándose cuenta de que la piedra no era tan agresiva con sus pies descalzos como lo pensaba, agradeció haber despertado en aquel sitio que recibió a su vista apenas abrió los ojos a diferencia de otros desafortunados: abajo, allá a lo lejos en donde la pendiente se inclinaba más y más, había muchas más personas dormitando en posición fetal, al parecer, inconscientes; algunas se encontraban vestidas igual que ella, mientras que otras estaban desnudas y sucias. Resbalando poco a poco hacia abajo.

Despertando en sí un sentimiento fraternal de ayudar a los demás, intentó ir hacia ahí para despertarlos, resbalando un par de veces (porque además entre más bajaba, más abundante era aquella grasa), pero cuando dio un mal paso y su talón izquierdo se derrapó, haciéndola descender varios metros hacia aquel tenebroso precipicio, se giró ágilmente hasta quedar pecho abajo y se sostuvo como pudo de algunas marcadas grietas en el piso. Con el corazón y la mente andando a mil por hora, planeó sus siguientes movimientos y los echó a andar: como una ágil araña aguamarina, escaló hasta recuperar toda la altitud que perdió y volvió al sitio en donde despertó, relajando su cuerpo del esfuerzo hecho y poniéndose de pie en una zona libre de la grasa de la rampa.

Dispuesta a hallar alguna respuesta a la situación y, preferentemente, una salida de aquel macabro lugar, echó a andar hacia adelante, lanzando curiosas miradas a su alrededor tras cada uno de los pasos que daba, aunque sin hallar respuestas contundentes a sus propias incógnitas.

El Abismo de los CiegosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora