Capítulo 10

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Anteriormente...

—Cuando vengas llorándome porque no follas te voy a recordar que decidiste no cazar a Steve Rogers.

—Nueva York es muy grande y hay muchos tíos. Yo no necesito a un hombre que se arrepienta de lo que hace conmigo, lo que necesito es uno que no tenga miedo de encontrarse cara a cara con la Viuda Negra.

Y definitivamente Steve no era uno de ellos.


El recuerdo de mis padres me tuvo una noche más sin dormir. En cierto modo, prefería tener pesadillas sobre la Sala Roja y revivir una y otra vez mi calvario bajo las órdenes del KGB antes que recordar a mis padres. Esas dos personas que eran prácticamente extraños para mí y a los que por fin había puesto rostro tras veintisiete años. Lo peor era que, en el fondo de mi alma, aún los recordaba, aunque solo hubiese sido una cría de tres años cuando los perdí. De algún modo, todavía recordaba las tiernas caricias de mi madre y los besos en la frente de mi padre. 

Parecía de locos, ¿no? 

Me removí inquieta toda la noche, haciéndome una maraña de extremidades, sábanas y edredón. No fue hasta el amanecer cuando me quedé dormida. Lo normal hubiese sido que me levantase al ver los primeros rayos de sol brillar en el horizonte, pero mis cuatro últimas noches habían sido tan moviditas que necesitaba descansar. 

La putada fue que no conseguí dormir más allá de las nueve de la mañana. No por culpa de las pesadillas, ya que dormí tan profundamente que no soñé. Tampoco fue porque alguien hubiese llegado a interrumpir mi sueño. Era algo mucho más jodido. 

Con un insulto me levanté, casi a rastras, de la cama y me encerré en el baño. Un vistazo a mi bragas y el conocido dolor de mi bajo vientre confirmó mis sospechas. 

Maldita regla. 

Mis periodos no eran tan regulares como deberían, ya que la esterilización que me practicó la Sala Roja me dejó profundas secuelas, pero siempre escogían los mejores momentos para hacer acto de presencia. Y este no iba a ser la excepción. 

Ahora no solo tendría que pasar cinco días sangrando, malhumorada, más hambrienta de lo normal y llena de dolores de cabeza y lumbares, sino que además debería de joderme y continuar con los entrenamientos, las misiones y la investigación. 

¿Podía morirme ya? 

Si los hombres fuesen los que sangrasen seguro que ya habrían inventado algo para padecer este suplicio tan solo una vez al año. 

Y sin dolor. 

Para terminar de mejorar la mañana me di cuenta de que no había empacado la copa menstrual que utilizaba en cada periodo, así que no tenía nada que ponerme. Con un bufido de exasperación coloqué un poco de papel en mi ropa interior y me dirigí al apartamento del ser humano femenino que me pillaba más cerca. 

Wanda. 



La puerta de su apartamento estaba entornada. Esa era una extraña costumbre que Wanda había adquirido tras la muerte de Pietro. Siempre dejaba la puerta de su dormitorio abierta, aunque solo fuesen unos milímetros, como si no soportase la idea de estar encerrada sola en su propia habitación. Tan solo en las ocasiones en las que quería estar verdaderamente sola te encontrabas su puerta cerrada. 

—¿Wanda? —abrí la puerta del apartamento y entré en el salón. Lo que no esperaba era encontrar a la bruja bien acompañada. 

Tanto ella como James estaban sentados en el sofá, tan cerca que sus frentes se tocaban. Ambos tenían los ojos cerrados y las manos de la castaña estaban sobre las mejillas de Bucky. 

Guerra y pasión || RomanogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora