Capítulo 33

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Los diálogos en cursiva están en ruso

Anteriormente...

—Después... después me voy a encargar de que los hijos de puta del KGB se arrepientan de haber nacido. —le quité la pistola y atravesé la puerta trasera con Yelena a mi espalda.

Iban a saber por qué me había ganado el título de Viuda Negra con tan solo dieciséis años.

Iban a llorar.

Iban a suplicar.

Y yo lo pensaba disfrutar.



—¿Estás segura de que es mejor llevarme a la nave? Podría quedarme escondida en alguna zona de la base —murmuró Yelena.

—No voy a estar tranquila hasta que sepa que estás a salvo —me asomé por una esquina y comprobé que los pasillos estaban despejados antes de continuar nuestro camino.

—Pero no deberías de perder tanto tiempo solo para ponerme a mí a buen recaudo.

Paré en seco y me giré a mirarla, arrinconándola contra la pared.

—Yelena, por una vez en tu vida deja de rechistar. Ya pactamos hace tres días como se desarrollaría la misión y estuviste conforme con esto.

—Nat...

—No, entiendo que estés preocupada, pero no estás en condición de poner tu vida en riesgo.

—Natasha —su rostro cambió por completo hasta quedarse lívido, haciendo que perdiese el hilo de mi argumento.

—¿Qué?

No me hizo falta escuchar ninguna respuesta. Algo frío me apretó la parte de atrás de la cabeza y escuché el conocido sonido de que hacía el seguro de un arma cuando se desbloqueaba.

Un placer volver a vernos, Natalia.

Me encontré en la encrucijada de no darme la vuelta para cuidar las espaldas de Yelena o hacerlo y terminar perjudicando a mi compañera. Pero, finalmente, la rabia pudo con todo lo demás y me giré, inclinándome hacia atrás y presionando a Yelena entre la pared y mi cuerpo, impidiendo que alguien pudiese llegar a ella.

—Madame B.

—Te veo bien, cariño, dadas las circunstancias.

—¿Y cuáles son las circunstancias?

Mi antigua instructora parecía no haber cambiado ni una gota en los últimos ocho años. El pelo rubio recogido en un moño apretado, el traje de chaqueta negro hecho a medida, los tacones relucientes, la mirada fría e impenetrable y el cutis impecable. Una perfecta muñeca de porcelana rusa.

—Me dijeron que lo pasaste muy mal con nuestro veneno. ¿Qué se siente al estar muerta?

—No lo sé, dímelo tú —alcé el arma que llevaba en la mano y la apunté directamente en el pecho.

Su rostro ni se inmutó, como si no tuviese un arma apuntándole.

—No vas a dispararme.

—¿Qué te hace pensar eso?

—No queremos que le pase nada a Yelena y a su bebé, ¿verdad?

Quise reírme, ya que tan solo se encontraba ella en medio del pasillo, una presa fácil para las dos asesinas más letales de la historia del KGB. Pero con los años había aprendido a no subestimar a esta mujer. Desde detrás sentí como Yelena colocaba una mano en el medio de mi espalda y dudé sobre si era para darme apoyo a mí o porque ella misma lo necesitaba. Puede que ambas.

Guerra y pasión || RomanogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora