Capítulo 6

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Los diálogos en cursiva están en ruso

Anteriormente...

―Duérmete ya, Romanoff.

―Siempre tan demandante, Capitán.

Nos quedamos en silencio, mirándonos fijamente, hasta que sin pretenderlo se me empezaron a cerrar los ojos. Este hombre tenía una especie de efecto calmante en mí. Me acurruqué sin llegar a tocarle y disfruté la sensación de caer en la inconsciencia con la mente en blanco.

―Buenas noches, Nat.



—Recordad algo, Maestre es solo mío.

—No me gusta este plan —murmuró Wanda, mirándome preocupada.

—A mí tampoco —la apoyó Clint.

—A nadie le gusta el plan —Steve empezó a repartir auriculares entre todos los que íbamos a participar en la misión—. Pero si Natasha y Bucky están en lo cierto, que no dudo que lo estén, no va a haber otra forma.

—Qué poca fe tenéis en mí —dije colocándome el pinganillo.

—¿Llevas el localizador? —preguntó Tony.

—No quieras saber dónde —alcé la pierna para guardarme un cuchillo en el liguero y después lo cubrí con el vestido negro.



Caminé entre las mesas del club Golden Manhattan contorneando las caderas y llamando la atención de todos los asistentes. Puede que la cabellera roja cayéndome por la espalda en hondas de sirena fuese un incentivo, pero claramente era el ajustado y escotado vestido de manga larga lo que terminaba de llamar la atención. Negro, corto y con abertura en el pecho y en la espalda, todo un pecado para la vista. Gracias a ello pude disfrutar de ver como muchos de los acompañantes de Maestre levantaban la vista y me observaban.

Habíamos estado siguiendo al ruso toda la semana y habíamos coincido en que esta era la mejor oportunidad para atacar. Golden Manhattan resultaba ser la perfecta tapadera para los negocios de Maestre y su séquito y esta noche había una gran reunión de peces gordos, peces que los agentes de S.H.I.E.L.D estaban preparados para apresar.

Con paso firme me acerqué hasta el reservado lleno de hombres, nueve para ser más exacta, y gocé al ver como finalmente Maestre alzaba la cabeza y se congelaba al verme de pie ante ellos. Había acertado en mis predicciones sobre los asistentes a esa reunión, a excepción de un par que no conocía. 

Buenas noches, caballeros. ¿No hay silla para mí? —dije en ruso, sin mirar a nadie en concreto.

Natalia —los ojos de Maestre brillaron y me recorrieron de arriba abajo un par de veces antes de quitarme la vista de encima. Asqueroso—. Buscad una silla —ordenó sin concretar.

Uno de sus hombres se levantó y volvió al cabo de unos instantes con una silla. Los demás me miraron entre embobados, curiosos y recelosos mientras tomaba asiento entre ellos.

Señores, les presento a Natalia Romanovna.

La Viuda Negra —murmuró uno de ellos, palido, de ojos azules y rizos rubios recogidos en un moño. Andrey Volkov, hijo de uno de los antiguos ingenieros bioquímicos del KGB. La ventaja sobre él era sencilla, su padre había muerto en un aparatoso accidente de aviación. 

Guerra y pasión || RomanogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora