Estaba sentada en un lateral de la barra, con una botella de whisky para ella sola. El pelo le tapaba la cara y una larga gabardina cubría su cuerpo. A simple vista podría pasar por una mujer solitaria que había tenido un mal día, pero, conociéndola, sabías que la realidad iba mucho más allá. Sabías que esa gabardina intentaba ocultar el cansancio y los estragos de una pelea, mientras que en el alcohol buscaba poder dormir una noche del tirón, sin malos sueños o pensamientos de autoflagelación.
Me acerqué a ella y saqué el taburete de su derecha de debajo de la barra.
―¿No crees que una botella es demasiado para ti sola?
―No voy a compartir mi whisky gratis con alguien que no se emborracha ni con alcohol etílico —su voz tenía cierto matiz de cansancio, pero aún conservaba ese afilado humor que tanto me gustaba.
Eso significaba que la cosa no había ido tan mal.
―¿Whisky gratis? ¿Sabes que usar tus encantos para conseguir cosas no es ético?
―Dijo el que nunca devolvió el coche que cogimos prestado para ir al Campamento Lehigh.
Alzó la cabeza y me dedicó una pequeña sonrisa. Tenía un corte en el labio que lo hacía verse hinchado y enrojecido, además de un arañazo en la mejilla y el rostro sucio y pálido. No sabía exactamente cuánto tiempo llevábamos sin vernos, unos cuantos meses quizá, pero Natasha no había cambiado ni una pizca, obviando que su cabello ahora le llegaba a la altura del pecho. Seguía siendo la misma mujer segura de sí misma y controladora que sabía cómo sacarme de mis casillas a la vez que hacerme reír.
―Creo recordar que salió volando por los aires ―sonreí de vuelta y me senté a su lado—. Es agradable volver a verte, Nat.
―Lo mismo digo, Capitán ―me entregó un vaso―. Te queda bien la barba.
―Me gustaría decir lo mismo de ese corte en el labio y el arañazo en la mejilla, pero la verdad es que no me gusta nada.
Agarré la botella de whisky y llené ambos vasos. Teniendo en cuenta que le faltaba algo más de la mitad calculaba que Romanoff debía de haber bebido unos cinco vasos. Cualquier hombre o mujer ya estaría tambaleándose en el taburete, pero no ella.
―Gajes del oficio.
―¿Y de qué oficio se trataba esta vez?
―Ya sabes, lo de siempre.
Furia ya me había puesto al corriente, pero quería que fuese ella la que me lo contase, por eso mismo estaba aquí. Sabía que necesitaba desahogarse con un amigo. Y si no venía yo a hablar con ella y sonsacarle lo que estaba sintiendo en estos momentos ella nunca me buscaría a mí o a cualquier otra persona para contárselo.
―¿HYDRA?
―Bingo.
―¿Y no ha salido bien?
―¿Por qué no debería de haber salido bien?
―Por tu cara.
Natasha apartó la mirada, devolviéndola al líquido ambarino y suspiró. Sus hombros se hundieron y la mano que seguía el borde del vaso tembló un instante, lo suficiente para que comprendiese lo profundo que le había calado esta misión.
―¿Qué haces en un bar como este a altas horas de la madrugada, Steve?
―Furia me ha llamado.
―Maldito bastardo.
―¿Qué ha pasado, Nat? —apoyé una mano en su hombro, sorprendiéndome de lo frío que se sentía su cuerpo. Me daban ganas de atraerla hacia mí y calentarla con mi propio cuerpo.
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Guerra y pasión || Romanogers
Hayran KurguLa Guerra Civil rompió a los Vengadores. Cada uno tomó un camino diferente, volviéndose fugitivos a ojos de un país que antes les había vitoreado. Pero todo puede resurgir de las cenizas, incluido el pasado. Natasha nunca pensó que terminaría en l...