Veinticinco

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El séptimo mes Daniela conoció a la familia de María José.

Después de la tormentosa, calurosa y tardada estadía de María José en los barrancos ella y Daniela quedaron de verse a las afueras del hospital.

—¿Haz visto a Pau? —preguntó un preocupado Johan, antes de que pudiera salir del edificio. —Hace un rato salió a comprar algo de comida y no ha regresado

—¿Le haz llamado ya?

—Ya, pero no contesta y también le mande mensajes

Durante el tiempo que llevaban conociéndose el pelinegro y ella, que era casi toda la vida, se había formado un lazo bastante fuerte entre ambos, de echo entre todo su grupo de amigos, Johan era como el hermano mayor y siempre era muy protector con ellas.

—Enserio no se que más hacer, pero... Enserio debo irme, Poché me espera afuera

—Lo sé Dani. Solo no querían preocuparte. Seguramente se quedo por ahí platicando con algún chico, o se ha distraído comprando

—Sí, es lo mas seguro. Ya sabemos como es Paula

Y por esa misma razón, Daniela tenía un presentimiento no muy bueno

—¿Puedes mantenerme al tanto?

—Sí, yo te aviso. Si es que esa idiota llega incluso me voy a encargar de darle un par de golpes de tu parte

—Eso suena bien, gracias

Rió ante aquello mientras se daba media vuelta para salir de aquel lugar.

(...)

María José la esperaba estacionada fuera de aquel edificio blanco, estaba recargada sobre su auto mientras mantenía la vista fija hacia el cielo. Usaba un vestido azul, junto con unas zapatillas a juego. Dos vendajes decoraban sus manos, abarcaban desde la palma hasta un poco más abajo de la muñeca, y el maquillaje que llevaba era mucho menos elaborado e intimidante que el de siempre.

Con el paso del tiempo, las gafas obscuras, la ropa negra, la chaqueta de cuero y los chokers habían desaparecido, todo fue tan lento y cauteloso que Daniela no se había dado cuenta hasta que la vio aquel día.

Al verla, más que alegrarle, aquello la aterrorizó.

No esperaba ver a una María José tan cambiada. No esperaba un cambio de aquel tipo.

—Tengo a la novia más hermosa de todo el planeta —fue lo primero que la pelinegra dijo, y aquello en vez de ser algo seductor fue más bien un acto involuntario

Daniela sonrió ante aquello dejando salir un ligero suspiro. Ella se veía distinta, pero no dejaba de ser la chica de la cual se había enamorado.

Su exterior era un poco distinto, bueno tal vez demasiado, pero ella seguía ahí, pegaso seguía allí.

—Pienso lo mismo al verte —aseguró antes de besar delicadamente sus labios. Habían extrañado aquello.

Daniela pensaba en cuanto había extrañado aquello, y aunque la peinegra fuese distinta, había algo en ella que no cambio. Sus labios seguían siendo los mismos
Su tacto. Su sabor. Su calidez. Incluso sentía que su amor había crecido aún más desde la última vez en que la vio.

—Te amo mucho, frutica. No podrías entender cuanto, pero lo hago —su voz era tan suave y delicada que se sentía como una caricia, recorriendo su piel haciéndola suspirar con un simple roce —Cada maldito día que pasaba en esos barrancos fue uno menos para verte otra vez. Conté cada segundo, minutos, tarde y noche que faltaban para poder tenerte otra vez.

POMPEIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora