CAPÍTULO 4
Desde el asesinato de los Olsen, John estaba teniendo problemas para conciliar el sueño. No dejaba de pensar en aquellos hombres enmascarados ni de revivir trágicos momentos del pasado. Cada vez estaba más seguro de que los bandidos le buscaban a él, seguramente por delatar a aquel ladrón. Había sido un estúpido. Había creído que no corría ningún riesgo porque se estaba mudando a otro lugar, a muchos kilómetros de distancia. Pero la muerte le había seguido, y por su culpa no solo su familia sino la de James había muerto.
En sus noches en vela, le gustaba observar al muchacho, que dormía en la cama de al lado ya que aún seguían alojados en la posada. Había pasado ya una semana desde la muerte de sus padres, pero James no parecía estar superándolo. John no sabía si llegaría a superarlo alguna vez. El chico tenía pesadillas cada noche, y se negaba a volver a su antigua casa. John sabía que en ese caso tenían que venderla, porque lo cierto era que necesitaban el dinero.
John había vendido muchas de sus pieles, curtidas y sin curtir, para conseguir dinero con el que empezar una nueva vida. No podían vivir en la posada para siempre y tenía que pensar en darle un hogar al muchacho. Su trabajo como curtidor de cuero no bastaría para mantenerle, porque además implicaba largos y peligrosos viajes en busca de pieles. En su antiguo hogar, con su antigua familia, John había sido granjero, como tantos otros hombres de su tiempo. Pero allí, en Maryland, no poseía tierras.
Había un puesto vacante como sheriff. La gente del pueblo llevaba tiempo queriendo uno, pero nadie se ofrecía voluntario. Depender del sheriff de la ciudad más cercana era peligroso, porque no siempre podía llegar a tiempo, y lo sucedido con los Olsen no hizo más que demostrarlo. John había considerado aceptar ese puesto. No era mal tirador, y tal vez fuera la mejor forma de proteger a James, si aquellos bandidos decidían volver. Lo mejor de todo era que el puesto venía con una casa, reservada para el sheriff y su familia. Podía ejercer como sheriff durante un año, y con el dinero ahorrado podía comprar alguna granja en los alrededores. Si no le alcanzaba para comprar una granja, podía comprar un terreno y ya se encargaría él de construir una casa, tal como había construido su antigua propiedad en Delaware.
Contento de tener un plan, John se levantó de la cama, consciente de que no iba a conseguir dormir más de lo poco que había dormido. El sol comenzaba a salir tímidamente por el horizonte y el silencio de la noche comenzaba a romperse: el pueblo estaba despertando. James despertó también, seguramente a causa del ruido que hizo John al ponerse las botas.
- Puedes dormir un poco más, chico – le dijo John.
- No tengo sueño, pero me muero de hambre.
John sonrió. Al tercer día después del funeral, el niño recuperó su apetito, y lo cierto era que tenía un hambre voraz. Quería comer a todas horas.
- Entonces veamos lo que la señora Howkings ha preparado para el desayuno – le animó.
Bajaron las escaleras hasta una habitación que hacía las veces de comedor. Solo había otro huésped más en la posada, y ya debía de haber desayunado, porque todas las mesas estaban vacías. La señora Howkings les esperaba con panecillos recién hechos, y James prácticamente se abalanzó hacia la bandeja. La posadera le frenó en seco y le obligó a lavarse las manos primero. Después se empeñó en peinarle un poco, y en lavarle las orejas. John se sintió algo avergonzado por no haber reparado en que el chico llevaba un aspecto algo desaliñado, pero no estaba acostumbrado a fijarse en esas cosas. Esos asuntos más bien correspondían a las mujeres, pero John quería demostrar que podía cuidar del chico sin ayuda de una. De lo contrario los vecinos del pueblo acabarían por decretar que James debía vivir con un matrimonio.
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Lazos inesperados
Historical FictionMaryland, finales del siglo XIX. John y James lo han perdido todo, y juntos encontrarán la forma de salir adelante. AVISO: contiene spanking/azotes/nalgadas.