CAPÍTULO 6

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John siempre había sido una persona madrugadora. Tampoco es que se levantara al alba si no había un motivo para ello, pero nunca se le pegaban las sábanas, especialmente en días importantes como aquel, el primero después de aceptar el cargo de sheriff. Tenía muchos planes, quería hacer un montón de cosas para demostrar que era merecedor del puesto. Sin embargo, cuando quiso levantarse de la cama, sintió que le faltaban energías y que el cuerpo, en especial el pie, le pesaba demasiado. Volvió a cerrar los ojos y durmió otro par de horas, hasta que el sonido de una risa volvió a despertarle.

No sabía qué hora era, pero intuyó que ya estaba bien entrada la mañana. Maldijo su pereza y se levantó, rezongando. Cuando puso el pie en el suelo sintió un fuerte pinchazo, pero eso no le detuvo para seguir caminando, en busca de la jofaina con agua que tenía preparada en la mesita. Se lavó un poco, buscando sobre todo despejarse. Después, solo con los pantalones con los que había dormido y sin ponerse la camiseta, salió del cuarto atraído por las risas que no dejaba de escuchar. James estaba jugando con el perro, revolcándose por el suelo del patio mientras el animal le lamía entero. A John le complació ver que le había bañado, tal como le había pedido el día anterior, y sonrió al verle tan feliz, por primera vez desde que perdiera a su familia.

James cesó el juego al percatarse de su presencia e intentó adoptar una pose más seria. A la mayoría de los adultos no le gustaba verle reír desenfrenadamente, lo tomaban como una señal de inmadurez, especialmente su padre. Un chico de su edad tenía que conducirse con mayor corrección, por eso reservaba esos momentos para cuando estaba solo, aunque antes, cuando John era solo "el señor Duncan", también se había divertido mucho con él. Por eso no estaba nervioso, sabía que él no iba a reprocharle por estar "ahí jugando sin hacer nada de provecho", pero sí le miró con curiosidad, porque le pareció que tenía muy mal aspecto. Las ojeras de John le sumaban unos diez años a su rostro, y eso que había dormido más de la cuenta.

- ¿Has desayunado? – preguntó John, y al pasar al lado del chico le revolvió el pelo sin poder resistirse. Lo tenía muy largo y con ondas espesas, que hacían casi imposible que alguna vez estuviera bien peinado.

James negó con la cabeza, de nuevo preocupado por si acaso se suponía que debería haberlo hecho. Tal vez John esperaba que le hubiera despertado con el desayuno preparado en la mesa.

- Me muero de hambre y no tengo ganas ni de hacer café, pero no podemos ir siempre a la posada. La señora Howkings va a pensar que sin su ayuda no te puedo alimentar. Claro que estaría pensando correctamente – bromeó John, pero se dirigió a la pequeña dependencia que hacía de cocina, para preparar una cafetera.

- ¿No te encuentras bien? – le preguntó James, siguiéndole, mientras intentaba que Spark se quedara en el patio.

- Creo que puedo tener algo de fiebre, pero no es nada – aseguró John, restándole importancia.

Sin embargo, según avanzaba la mañana, quedó claro que sí era algo. Las mejillas habitualmente pálidas de John adquirieron una tonalidad roja que no era sana, sus ojos se tornaron vidriosos, febriles, y su pie, su pie se llevó la peor parte. Estaba rojo e hinchado, y le latía como si le hubiera crecido allí un segundo corazón. Estaba infectado. Una de las veces que se levantó el pantalón para echar un vistazo, James lo vio y soltó un jadeo.

- ¿Es donde te mordió Spark? – preguntó, angustiado. – Lo siento mucho...

- No es nada – insistió John. – Debí lavármela ayer por la noche, pero era una herida pequeña y no me pareció necesario.

John continuaba restándole importancia, pero James sabía que una herida infectada no era algo que uno pudiera descuidar. Era una de las cosas que había aprendido tanto en la escuela como en la vida. Decidió que tenía que hacer algo cuando vio que John se sentaba, demasiado adolorido como para continuar de pie. Le vio cerrar los ojos, para reposar un rato, y juraría que se quedó dormido. Aprovechó entonces para salir de la casa e ir corriendo a avisar al doctor. El día anterior había atendido a una paciente allí, por lo que con un poco de suerte aún seguiría en la aldea. Si no, tendría que ir a buscarle a la de al lado, donde vivía.

Lazos inesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora