John estaba sentado en el comedor, contemplando la estrella de sheriff que tenía entre las manos. La preocupación le carcomía: una banda peligrosa estaba robando por la zona y nadie había conseguido atraparlos. Al principio había temido que fuera la misma banda de pañoletas azules que había matado a su familia y a la de James pero, por la descripción de algunos testigos, no se trataba de ellos.
Ahora que era el sheriff, le correspondía a él dar con aquellos criminales. No estaba solo: todos los sheriff de los alrededores se habían unido para acabar con aquél problema que les afectaba a todos. Lo que le llevaba al siguiente punto de su preocupación: John tenía que viajar varias millas hacia el norte, pues la partida de búsqueda iba a peinar la zona siguiendo una pista sobre el posible escondite de los bandidos. En ese viaje, por motivos obvios, no podía llevar a James. Era demasiado peligroso para el niño. Rayos, era demasiado peligroso hasta para él: a nadie le gustaba ir al encuentro de fugitivos armados.
Ya lo había hablado con el chico. James había insistido en acompañarle, pero finalmente se había tenido que rendir ante la firme negativa de John. Lo había aceptado, pero no de buen grado y por eso llevaba toda la tarde encerrado en su cuarto, haciéndole el vacío.
- ¿Por qué tiene tantas ganas de venir, de todas formas? – preguntó John, mirando a Spark, como si el perro pudiera responderle. El animal iba y venía por la casa. De vez en cuando rascaba la puerta de la habitación de James, pero el niño ni siquiera estaba de humor para jugar con su adorado perro.
John no era tan ingenuo como para no saber la respuesta a su propia pregunta: no es que James quisiera acompañarle, es que no quería que él se fuera. Tenía miedo de perderle también, porque ya había afrontado demasiadas pérdidas en su corta vida. Cuando aceptó el trabajo de sheriff, John apenas había pensado en lo que el niño podía sufrir ante esas situaciones. Quizá se había engañado a sí mismo diciéndose que el trabajo no entrañaba verdadero riesgo. También había pensado que James y él tardarían más tiempo en crear un vínculo tan fuerte. El chico no tenía miedo solo de perder a su nuevo protector sino que, de alguna manera, estaba reviviendo de nuevo la muerte de sus padres. Porque, en palabras del propio James, John se había convertido en un segundo padre para él.
- Pero a mí no va a pasarme nada – prometió John, ante la sola presencia del perro.
Varios metros más allá, en la soledad de su cuarto, James tenía que luchar contra el llanto que amenazaba con vencerle. Cuando John le había llamado para decirle que iba a pasar unos días con la señora Howkings se había alegrado, pensando que los dos iban a volver unos días a la posada. Pero enseguida reparó en que John había hablado en singular, refiriéndose solo a él. Quiso saber el motivo, pero casi se arrepintió de haber preguntado. Hacía una semana había alcanzado su cota máxima de felicidad tras la muerte de sus padres, cuando John y él hicieron aquella salida al campo. Y, de pronto, se veía de nuevo al borde del más hondo pozo de sufrimiento. John no podía ir tras aquellos hombres y, por sobre todas las cosas, no podía irse sin él. ¿Y si le pasaba algo? ¿Y si no le volvía a ver?
James no podía soportar ni siquiera el pensamiento. Así que se había recluido en su habitación, hacía ya un buen rato. Se daba cuenta que rechazar la compañía de John no era exactamente la estrategia más inteligente para conseguir que se quedara, pero lo había intentado todo para convencerle y no había funcionado. De hecho, había estado a punto de llevarse un castigo, cuando comenzó a alzar la voz, frustrado porque John no le escuchara. Estaba tan asustado y triste como enfadado, porque John era... era...
- Un cabezota estúpido – murmuró, con furia, golpeando la almohada con el puño. Luego miró hacia la puerta con temor, por si acaso John le había escuchado. Jamás se hubiera atrevido a decirle eso a la cara y en realidad tampoco lo pensaba, pero no entendía por qué el hombre no podía negarse a viajar. De acuerdo que era el sheriff pero también era su protector... su padre.
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Lazos inesperados
Historical FictionMaryland, finales del siglo XIX. John y James lo han perdido todo, y juntos encontrarán la forma de salir adelante. AVISO: contiene spanking/azotes/nalgadas.