CAPÍTULO 23

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James entró a su casa intentando hacer el menor ruido posible. Ya tendría que haber sabido que era un esfuerzo inútil, pues John llevaba toda la mañana esperando aquel momento y no iba a dejarlo pasar.

- ¡James! ¿Qué tal el primer día en la escuela? – preguntó con entusiasmo. En seguida se dio cuenta de que el entusiasmo no era compartido. James tenía los ojos brillantes y, al escuchar su pregunta, se desbordaron. - ¿Qué pasó? ¿No te ha ido bien?

El niño no supo cómo responder y se quedó paralizado en medio de la habitación, abrazando la tela en la que llevaba envuelto su pizarrón.

John, cada vez más preocupado, se acercó a él.

- ¿Qué tienes, James? ¿Te encuentras mal? ¿Alguien te molestó? – interrogó, conociendo que los niños podían hacer comentarios muy crueles, casi siempre aprendidos de los adultos, y pensando que tal vez alguno le había dicho algo desafortunado sobre el fallecimiento de sus padres.

El chico negó con la cabeza y tomó aire para tratar de serenarse.

- El... el maestro... dijo que mi letra es horrible... y me mandó copiar una palabra en la pizarra hasta que "lo hiciera bien"... pero no lo hice bien y me... me castigó.

No entendía por qué le resultaba tan difícil decirlo, sabía que John no era tan irascible como el señor Olsen y nunca había gimoteado como un estúpido al confesarle algo parecido a su difunto padre, quizá porque sabía que este no reaccionaría bien ante los gimoteos. Se notaba más emocional desde que estaba con John. Al principio lo había atribuido a su pérdida, pero ya no estaba tan seguro. Tal vez se debiera a otra cosa, como a la libertad que sentía para expresar sus sentimientos en su presencia.

- ¿Cómo te castigó? – susurró John, en un tono calmado que le dio algo de confianza.

Sujetando el pizarrón con los antebrazos, James estiró las manos y se las enseñó. Una franja roja cruzaba ambas palmas. Habían sido solo dos golpes, uno en cada mano, pero habían sido fuertes, tanto como para que se siguiera notando, aunque ya hubieran pasado veinte minutos. Le había salido un verdugón y la inflamación tardaría un par de horas en irse.

John apretó la mandíbula. Como todo hombre de su tiempo, entendía que los profesores tuvieran que reprender a sus alumnos en ocasiones, pero algunos realmente parecían disfrutar al hacerlo. El maestro que él había tenido en su etapa de estudiante era un hombre justo. Podía contar con números de una sola cifra las veces que le había pegado con la paleta y, aunque sí que se había llevado bastantes más collejas, nunca le hicieron verdadero daño, porque el hombre controlaba su fuerza. A juzgar por las marcas en las manos de James, aquel otro maestro no la había controlado.

- ¿Qué quiere decir que "no lo hiciste bien"? ¿Te negaste a obedecerle? – siguió preguntando, con pocas ganas de regañarle, pero con la duda de si iba a tener que hacerlo. Recordaba a la perfección la promesa que le había hecho a James y esperaba que él también la recordara: no le castigaría por algo por lo que ya hubiera sido sancionado, siempre y cuando fuera sincero con él. Tal vez debería especificar los límites e implicaciones de aquella promesa, pues se refería exclusivamente a los castigos físicos. Si el maestro le informaba de algún mal comportamiento con el que no hubiera tratado directamente, entonces sí tenía pensado reprender al muchacho.

- Traté de hacer lo que me pedía, pero no pude – le aseguró James. – Escribo muy mal con la mano derecha...

Zurdo. James era zurdo.

John se reprochó a sí mismo por no haberse dado cuenta antes, pero, en honor a la verdad, el niño lo hacía todo con la mano derecha, incluido el uso de los cubiertos. Si se paraba a pensarlo, era cierto que su primer impulso a la hora de atrapar algo en el aire, era levantar la mano izquierda. Pero se manejaba para todo como un diestro... seguramente, porque se lo habían impuesto desde pequeño.

Lazos inesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora