La música que salía de mis nuevos cascos era delicada y opaca, me permitía no escuchar los ruidos a mí alrededor. Solo yo y mi música. Desgraciadamente mi voz en la realidad imitaba a la que estaba fluyendo por mis oídos, y como ya he dicho anteriormente una de las características de mis cascos es que aíslan el sonido, por lo que no me podía escuchar a mi misma cantando y la escena debía de ser un tanto humillante. Segundos más tarde mis pies estaban siguiendo el ritmo continuo de la batería. Mientras que mis manos daban golpes al aire, como si estuvieran siguiendo una coreografía, al ritmo del bajo. Supongo que en esta situación ya os lo imaginaréis, pero para aclarar: La música es mi vida.
<<Turn up the music just turn it up louder, Turn up the music I need it in my life, yeah>>
La voz encantadora y varonil de Chris Brown me ponía los pelos de punta.
Desde pequeña mi padre me ha inculcado una cultura musical de la que muchas niñas a esa edad carecían. En el coche las niñas normales escuchaban canciones de series infantiles que tenían una fácil, y tonta, coreografía que seguir junto con una letra de lo más sencilla y con un objetivo primordialmente educativo.
En mi coche era todo lo contrario, la espléndida música de Michael Jackson salía a todo volumen por los altavoces, siguiéndole algún tema de Stevie Wonder o algún éxito de Queen, tampoco olvidarnos de alguna que otra canción de Los Beatles. Todos ellos grandes artistas.
Desde entonces la música me sigue a todas partes, me atrevería a decir que incluso corre por mis venas, como parte de mí, como parte de lo que soy ahora.
Seguía la coreografía que tenía grabada en mi retina del último videoclip de mi querido Chris Brown, Turn up the music. Y sí, era bastante complicada. Pero desde siempre me han encantado los retos. Levantaba mis piernas alternativamente, mientras hacia un Moon Walker, para más tarde dar una vuelta y levantar las manos. Hands up in the air. Después le seguía un poco de pooping, tardé meses en conseguir bien ese estilo de pasos, y movimientos un tanto sensuales. Pasos alternativos y originales que me hacían desahogarme. Fuertes y consistentes. Rápidos y audaces.
Cuando la canción se terminó me quede unos segundos de pie en la calle y eché a andar con una sonrisa de satisfacción surcando mi cara.
Fui visualizando una de las hermosas puntas góticas de la admirable Abadía de Westminster. Por este lado de la ciudad ya había más gente, gracias a Dios, sobretodo turistas, pude apreciar. Andaba por la calle pendiente de no caerme, ya que mi lado torpe me suele traicionar, y de orientarme bien desde aquí. Me pareció ver la Abadía de Westminster más deslumbrante, me brillaban los ojos como a una niña pequeña. De repente me di cuenta de que aunque llevara dieciséis años viviendo en ésta peculiar ciudad, y dentro de muy poco diecisiete, no me había parado a contemplar lo increíble que era. Reparar en el Big Ben a lo lejos me provocó un cosquilleo en el estómago, como si lo viera por primera vez. Mi sonrisa cada vez se ensanchaba más, si eso era acaso posible. No paraba de recorrer con mi mirada cada detalle de aquella obra de arte.
Volví a la realidad cuando noté unos dedos agarrándome el bazo derecho con saña, mientras una voz con acento español, sin duda, me llamaba la atención. Aunque con los cascos poco podía llegar a escuchar.
-Vuelve a la fila señorita, no me gustaría perder a ningún miembro del grupo – Una señora bajita y rechoncha de pelo cobrizo con leves ondulaciones y facciones muy cuadradas, era la culpable de mi confusión. Ella simplemente me dedicó una irónica sonrisa.
<<No debe de gustarle mucho su trabajo>> pensé para mis adentros.
Sin poder articular palabra ella me arrastró hasta un grupo de gente que no paraba de sacar fotos a la Abadía. El grupo era bastante completo. Pude observar que había dos familias, que parecían ir juntas. Una de ellas estaba compuesta por unos gemelos alborotadores por lo que pude apreciar y sus respectivos padres absortos en el estilo arquitectónico del edificio, mientras que el otro matrimonio sólo tenía a una niña pequeña, que irradiaba alegría. Después apartados un tanto del grupo una pareja de veinteañeros cogidos de la mano y disfrutando de una agradable conversación. A la cabeza del grupo y como si estuviera al mando de esa ‘’patrulla’’ de turistas, se encontraba una señora mayor bastante extravagante, con un gorro fucsia de plumas y un abrigo granate con pelo de zorro en el cuello, combinado con unos tacones bajos negros que me daban escalofríos. Era menuda y escribía vertiginosamente en una libreta pequeña que sujetaba con sus manos caracterizadas por la edad. Rápidamente dejé mi análisis y me quité los cascos, al percibir una voz estridente proveniente de aquella señora que minutos antes prácticamente me había obligado a unirme al grupo, que debía de ser la guía.
-¡Atentos por favor! La visita a la gran Abadía de Westminster durará una hora aproximadamente, intenten no separarse mucho del grupo. Les informo que en la entrada hay opción de coger un móvil que también les puede explicar el significado y la historia de cualquier monumento dentro de la Abadía pulsando los diferentes dígitos que se encuentren en el cartel del monumento, pero solo en el caso que no quieran escuchar mi explicación – sonrió falsamente – la cual es mucho más interesante que la de ése… aparato – añadió con un tono claramente despectivo.
<<Definitivamente odia su trabajo>> reí por lo bajo.
Nada más entrar, disimuladamente me escurrí entre la gente del grupo para alcanzar el puesto de los móviles. Tenía claro que estar pegada una hora a ésa señora, con aquella voz iba a acabar afectando a mi cabeza. Satisfecha al no haber escuchado ninguna reprimenda por parte de la guía llegué a aquel puesto.
-¿Me podría dar uno, por favor?- pregunté sonriente a la chica detrás del mostrador. Mi cara rápidamente se tornó sorprendida, ya que una voz a la vez que la mía había formulado la misma pregunta.
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Sin plan previsto (EDITANDO)
Teen FictionSimple. Dos palabras. Ocho letras. Desde mi perspectiva no era tan difícil pronunciar esas palabras, pero dado el acontecimiento que acababa de presenciar, para él era al contrario. Le parecía un mundo el simple hecho de que salieran de su boca, gas...