Elara Farrell y Adrian Holden.
Dos de los herederos de una poderosa asociación criminal británica.
Aunque se conocen desde niños, terminaron por crecer lejos el uno del otro, por crueles razones.
Cuando se vuelven a encontrar dicen odiarse. Ambos es...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Eso es, sé una perra obediente —dice, luego señala unas cadenas frente a Micah—. Ahora, por tu cuenta, vas a atarte las esposas.
—¿Por qué no te acercas y lo haces tú? —cuestiono moviéndome a donde me quiere—. No temas, seguiré siendo una perra.
—Acabo de ver lo que eres capaz de hacer, Farrell —sacude el teléfono hacia mí—. No estoy tomando riesgos. Empieza por los pies.
Me tomo mi tiempo para hacerlo, observando, tratando de encontrar una vía o plan de escape, de preferencia una en la que tanto el ruso como yo sigamos con vida.
Pero no hay ninguno.
Esa pesada verdad cae sobre mí cuando uno de los hombres gira la polea que no había visto hasta ahora y hace que mis manos se levanten, en la misma posición que mi amigo al frente.
El que me mira con una impotencia y rabia que no creo vaya a olvidar nunca.
—Llevo años esperando este momento. Tener a los dos hijos de puta que me arruinaron, ¡Juntos!
¿De verdad cree que solo fuimos nosotros?
No puedo contener una fuerte carcajada histérica. Él se abalanza hacia mí y me tira del cabello.
—¿Crees que es gracioso, hija de puta? —Sigo riendo bajo, aunque una navaja encuentra su camino desde mi mandíbula al cuello, dejando una estela dolorosa a su paso.
Micah me mira como si estuviera loca, no lo culpo. No me siento muy cuerda ahora mismo tampoco.
—Tú eres hilarante la verdad —sonrío, ignorando deliberadamente la sangre que veo en la cuchilla cuando la aleja—. ¿Crees que vas a salir de esta?
No pierdo mi tono burlón, cortesía de mi hermano, lo aprendí de él.
—¿Qué va a pasar? ¿Eh? —Puedo sentir su aliento en mi mejilla—. ¿Tú crees que tu familia va a venir a buscarte? Entiendo que los Farrell se creen dueños de la ciudad, pero ¿Sabes qué hay más de un distrito en el que tu apellido no es más que una sentencia de muerte?
No tardo en darme cuenta de lo que quiere decir.
—Estamos en territorio de los Russell —murmuro.
—Cerca. Bakken —se encoge de hombros—. No se tomaron bien la humillación que les hizo tu hermano. Sobre todo Connor.
No sé de qué situación en particular está hablando, ni que pasa con el mellizo de Cora, su casi prometida, sin embargo, no lo transmito en mi expresión.
—Es traición, firmamos una tregua delante de las otras familias hace más de una década —digo—. En el mejor de los casos los marginan y terminan en la ruina, en el peor, los matamos antes.
Las treguas y alianzas tenían procesos diferentes para ser válidas, mientras que las primeras son "públicas" al selecto círculo de familias de renombre que tienen negocios fuera de la ley. Las alianzas, por el contrario, suelen hacerse bajo la mesa, las partes asumen su propio riesgo al hacer algo tan tonto como confiar.
