Silencio de un alma descarriada

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ALLEN

Los días se volvieron semanas, las semanas se hicieron meses, y los meses ahora convertidos en años no lograban que la culpa abandonara mi cabeza.

Una vez más el sabor amargo de mis ácidos gástricos llenó mi paladar, vómito brotó de mi boca en aquel sucio inodoro al cual mis manos se aferraban, sintiendo los espasmos en mi estómago cada vez que hacía presencia de la repugnancia causada por mi misma existencia.

Una.

Dos.

Tres.

Cuatro contracciones y todo mi estómago quedó vacío.

Las gotas de sudor descendía desde mi frente culminado en mi cuello en donde se perdían al inicio de mi antes blanca camiseta.

Bajé la palanca y dejé que todo aquello se fuera y se perdiera en el drenaje. En donde las ilusiones y falsas promesas escapaban en búsqueda de un poco de libertad.

Me empujé hacia atrás, deteniendo mi espalda contra la pared, buscando oxígeno para que mis pulmones pudieran seguir su función; sintiendo el frío de la desgastada superficie en mi columna vertebral, en donde me daba la bienvenida aquella pintura ya mohosa.

Mi cabello ahora largo cubría gran parte de mi rostro.

De mi culpa.

De mi vergüenza.

Verme al espejo no era algo gratificante.

Flexioné las piernas a la altura de mi pecho, tratando de que los golpeteos apresurados de mi corazón fueran ahogados, mi rostro se escondió entre mis brazos ahora sobre mis rodillas y un grito murió al ser amortiguado por mi cuerpo.

Un grito de desesperación y frustración.

Pasé mis manos por mi cabello, silenciando las voces aglomeradas que me perturbaban entre sueños, sintiendo mis dedos perderse entre mis hebras oscuras. No quería seguir escuchando ninguna remembranza, ni siquiera aquella voz que antes había calmado mi tormento.

Ahora su canto se reproducía una y otra vez en mi cabeza trayendo a mi mente recuerdos dolorosos, no era merecedor ni siquiera de eso.

De recordarla.

Su nombre no era pronunciado por mis labios.

Tenía miedo de dormir, porque cada vez que cerraba los ojos un escenario blanco cubierto de carmín se instalaba en lo más profundo de mis fibras nerviosas.

Con esfuerzo me levanté arrastrando los pies, caminando con dificultad, sintiendo el peso del mundo en mis hombros.

El piso se movía, mis ojos no enfocaban a la perfección, porque fragmentos de imágenes tormentosas llegaban en segundos en los cuales perdía lucidez.

Mi cuerpo colisionó en aquel duro catre y mi cabeza contra el intento de almohada quedó casi en un golpe seco, sentía mi cabello pegado al rostro a causa de la transpiración y todos mis músculos contracturados, pero ningún dolor físico podía superar la conmoción en la cual seguía mi alma, en la forma que se encontraba roto mi espíritu.

Caí en inconsciencia con las pupilas dilatadas, enfocando un punto inespecífico en la pared, escuchando el palpitar de mi corazón resonando en mis oídos. Porque ese era el único silencio que no persistía.

 Porque ese era el único silencio que no persistía

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Promesas Silenciosas |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora