Sobre el arcoíris

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EDÉN

—¿Va a doler? —pregunté a mi madre quien no dejaba de observarme con una sonrisa plasmada en los labios.

—Sólo un poquito —afirmó haciendo una seña con sus dedos índice y pulgar, de esa forma en que se puede representar aquella cantidad.

Una mujer vestida con una bata blanca elevó aquella gran aguja y golpeó el pequeño contenedor con su uña logrando que las pequeñas burbujas que estaban adentro rodeadas de líquido desaparecieran.

Tomé la mano de mamá con fuerza y di un respingo cuando aquella aguja fue incrustada en mi piel. Dolió, pero sólo un poquito.

Así como ella había prometido.

Cada vez que regresaba a ese lugar donde las paredes eran blancas y el aroma a antibióticos el dolor de cada aguja en mi piel era menor.

Aunque realmente nunca me acostumbré a ello.

Nunca te acostumbras a las cosas que duelen.

—¿De verdad existe un lugar así? —pregunté mientras veía los ojos de motita. Las orejas de mi conejo eran mi fascinación, jugaba con ellas de manera infantil.

El aroma de mi habitación era diferente al de la clínica. Estar en mi casa me producía tranquilidad, aquella casa del lago en donde tenía las más grandes aventuras. En donde vivía con mis padres y nada más me hacía falta.

Mamá detuvo su canto, sus palabras se quedaron suspendidas y sus párpados pestañearon un par de veces ante mi cuestionamiento.

—Sobre el arcoíris —aclaré.

Pensó por un par de segundos y observó el exterior a través de mi ventana, en donde la luz de la luna se filtraba.

—Siempre he creído eso —dijo con una sonrisa.

—¿Y si no es así? ¿Qué tal si vives creyendo en un lugar que no existe?

Mi madre nunca se alteraba, era una experta en contestar mis preguntas con una bella sonrisa.

—Aún si no existiera, tener fe en algo te ayuda a vivir.

Tener fe.

Creer en algo. 








El estruendo de un trueno me despertó de mi sueño. El reflejo de luz de aquel relámpago en mi habitación me había asustado. Mamá no había regresado esa noche. Yo nunca dormía sin antes escucharla cantar «somewhere over the rainbow».

Me puse de pie sintiendo el frío del piso en mis pies descalzos, siendo guiada por la luz del pasillo, por los sollozos que nunca había escuchado antes.

Las escaleras eran viejas, de madera.
Mi peso en ellas audible. Rechinido tras rechinido bajo de mis pies, me asomé con sigilo por el umbral de la puerta que daba a la estancia.

Mi padre lloraba.

Jamás lo había visto llorar de esa manera.

La duela produjo un chasquido cuando avancé hacia él, de inmediato se giró para verme.

Sus ojos estaban enrojecidos.

Por sus mejillas la lágrimas corrían sin pudor.

Una expresión extraña plasmada en su rostro.

—Papá —dije acercándome a él, no hubo respuesta de su parte, más su mano se extendió hacia mí —. ¿Qué sucede? ¿En dónde está mamá? —pregunté observando el lugar.

Promesas Silenciosas |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora