Me acerqué lentamente, siendo seducida por las notas envolventes

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EDÉN

Eres defectuosa.

—¡Edén!

Jamás estaría contigo.

—¡Edén!

Cuando menos me di cuenta mis mejillas seguían húmedas y el escenario blanco que me rodeaba había desaparecido.

Pasé las yemas de mis dedos sobre la piel enrojecida de mi rostro. Los vestigios de nieve desaparecieron por completo pero el ardor de mis mejillas me recordaba que estaba ahí, que la charla anterior había sucedido.

La calefacción del auto de Skyler poco a poco logró que entrara en calor, que mi pecho dejara de esforzarse por obtener un poco de oxígeno.

Mi mirada estaba perdida, mi cuerpo no reaccionaba.

No podía borrar las palabras que acababan de ser pronunciadas por aquel a quien amaba, por quién esperé tanto tiempo.

Me había usado.

Esa sonrisa torcida de la que estaba enamorada ahora me producía escalofríos; pensar en sus ojos oscuros faltos de emoción y en la frialdad de su voz solamente lograba que las lágrimas acumuladas buscaran un escape para no envenenar mi alma.

—Dime que estás bien —escuché a mi lado, mis ojos viajaron a Skyler, a nuestras manos entrelazadas; con suaves movimientos intentaba llamar mi atención.

Me soltó con cuidado de su agarre, él buscó detrás de mi cabello desordenado mi mirada, acariciándome el rostro, tomándolo con cuidado para que viera esos ojos que me producían tanta paz, que me llevaban de vuelta a mi hogar.

Más no sé qué fue lo que vio a través de mi mirada porque su expresión llena de preocupación hizo acto de presencia.

—Qué... ¿Qué fue lo que te sucedió? —cuestionó con la voz temblorosa, con el miedo perturbando esos ojos azules.

No hubieron más palabras, ni intentos  por parte de él. Recuerdo haber abierto los ojos un par de veces, casi llegando a mi hogar; sintiendo la calidez de  sus brazos mientras me cargaba con delicadeza aprisionando mi cuerpo junto a su pecho, y un último recuerdo de cuando me depositó con cuidado sobre mi cama.

Quería dormir para nunca despertar, necesitaba olvidar todo lo que acababa de suceder. Mil veces imaginé nuestro encuentro, mil veces soñé con mis brazos aferrados a su cuello llorando no por su crueldad, sino, por la dicha de tenerlo nuevamente junto a mí.

Pero el resultado no había sido el esperado.

La emoción momentánea que experimenté cuando vi su silueta entre la nieve no duró más de un par de minutos. Aquella mirada reacia y desinteresada, tan diferente a los ojos dulces que recordaba de Allen, aquellos que me veían como si fuera lo más preciado que tenía en la vida.

Recordaba la profundidad, un tono tan oscuro sin llegar a ser por completo negro, el cosquilleo que enviaba a mi piel cuando me perdía dentro de su mirada.

No había sido aquella expresión de curiosidad la que portaba como aquel primer día que lo vi en el hospital, mientras yo deambulaba en los pasillos observando a los nuevos internos, alegrándome por quienes eran dados de alta. Sin darme cuenta, me había topado con aquel lindo chico: el del cabello y ojos oscuros, de piel preciosa sin ningún tipo de imperfección o mancha, tan distinta a la mía en donde una capa de manchitas en tono canela se encontraban salpicando mis pómulos y nariz. Mamá solía decirme que cuando pequeña me había explotado una lata de pintura en el rostro, con el tiempo entendí que solo lo hacía para sacarme sonrisas.

Promesas Silenciosas |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora