SEGUNDO LIBRO.
Los errores que cometí me hicieron más fuerte de lo que pensé.
Tal vez eso creía.
Que era inmune a cualquier recuerdo, pero una vez que sus ojos se cruzaron nuevamente con los míos era como si me devoraran el alma lentamente.
El tiemp...
Eran ese tipo de estimulantes lo que me agradaba de la oficina de mi padre. El silencio pronunciado y el sonido de un suave «tick tack», quizá el garabateo incesante de aquella pluma sobre documentos siendo aprobados.
—He sacado diez en todos mis exámenes —dije con la voz delgada de un pequeño niño.
—Hmm.
Un asentimiento por parte de mi padre, sin voltear a verme.
Mis piernas temblaban, un par de piernas flacuchas. No podía evitar el jugar con mis dedos de manera nerviosa, o pisar las puntas de mis pies mientras esperaba palabras de aprobación de aquel hombre detrás del escritorio.
—Quería… —Me animé internamente. La saliva se juntaba mi boca, tuve que tragar para poder abrir mi garganta.
Al fondo, el sonido de los garabatos, de los escritos sin descanso. Porque yo lo sabía; aquello que mi padre hacía era mucho más importante que las réplicas de un niño, que las peticiones infantiles que tenía para él.
El timbre de la entrada principal resonó.
Me di media vuelta, quizá habría otra ocasión. Algún momento en que no me sintiera tan inferior.
—¿Pensé que tenías algo que decirme? —cuestionó cuando mis pasos hicieron la duela rechinar.
¿Mi padre estaba realmente interesado en mí?
¿En la petición sin sentido que tenía para él?
Inflé un poco el pecho y di la vuelta sobre mis talones, tenía su atención. Esta vez la tenía.
—Quería saber si…
O eso pensaba, que por fin podría hablar con él.
—Disculpa que llegue tan repentinamente —interrumpieron nuestra pequeña charla. Había entrado uno de los hombres que trabajaban con mi padre —. Pero parece que hay un problema con la transacción.
—¿De qué hablas? —cuestionó papá dándole toda su atención a aquel hombre joven, olvidándose de mí una vez más.
—Al parecer Alec Veil…
Salí de ahí, cerrando detrás de mí la puerta. Encerrando las pláticas de negocios importantes que sobrepasaban mi existencia.
Tal vez aún no era lo suficiente bueno para tener su reconocimiento.
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—¿De verdad no piensas ir?
La voz de Edén me resultaba como un sueño, aun no me acostumbraba a tenerla tan cerca.